La hora de Pentecostés

POR: Luis Fernando Revelo

Cuenta una vieja historia que, en cierto pueblo, había un hombre que iba todos los días a trabajar en su fábrica. Antes de ingresar, pasaba por una tienda del pueblo y miraba hacia su interior para luego continuar su camino. Esto lo hacía cada mañana. Intrigado el dueño de la tienda le preguntó: -“Disculpe usted, ¿podría decirme con qué motivo se detiene cada día mirando hacia el interior de mi tienda?”. – “Bueno, repuso aquel hombre, ocurre que yo soy el encargado de hacer sonar cada día la bocina de entrada en la fábrica y como su local tiene un gran reloj, ajusto la hora de mi reloj con el de su tienda para tener la hora exacta. Si está mi reloj atrasado o adelantado simplemente lo corrijo y continúo mi camino. No se molestará usted, verdad? – “Por supuesto que no, exclamó el comerciante; pero mire como son las cosas. Yo ajusto la hora de mi reloj con la sirena de su fábrica”.

Cuántas personas viven ajustando el reloj de su existencia, según la hora que marcan los demás, acomodándose a la corriente del mundo. Son personas que carecen de hora propia. No han querido ajustar su reloj a la hora que va marcando el Espíritu Santo.

Los apóstoles reunidos en el cenáculo el día de Pentecostés recibieron la “fuerza de lo alto” y eso fue suficiente para lanzarse por el mundo con el ímpetu del viento huracanado y el fuego ardiente que los había invadido. Dicen los músicos: “El que pretenda dirigir bien una orquesta, debe aprender a darle la espalda al público”. Hay que darle la espalda al mundo y dejarse llenar por el poder del Espíritu Santo.

En nuestra Iglesia católica hace falta un tsunami espiritual, un nuevo Pentecostés, una toma de conciencia de la presencia del Espíritu Santo que no es sólo un “huésped”, sino fuego devorador, río de aguas vivas, alegría impetuosa.