Alcahuetería

César Ulloa Tapia

La línea que separa a los correístas y morenistas es imperceptible, casi que no existe en algunos casos, porque las votaciones en la Asamblea Nacional han puesto en evidencia el extraordinario espíritu de cuerpo para resguardar las cenizas de la revolución ciudadana. Cuando se trata de salvar los muebles como comúnmente se dice, todos se olvidan de fiscalizar y controlar. Claro, es que después de 10 años del manejo alegre de las cuentas del Estado, nadie puede estropear la lenta recuperación del chuchaqui. Sin embargo, el estribillo de quienes están siendo investigados por la justicia es que nadie supo, nadie vio, nadie estuvo, nadie sabe. Las palabras claves son “no sé” junto con la fragilidad de la memoria, porque nadie se acuerda de nada.

A veces, todo parece un tongo porque nada se esclarece en totalidad. Hay cientos de denuncias, pero poca o casi ninguna recuperación del dinero mal habido, peor aún juzgamientos en firme en contra de quienes con abuso y alevosía saquearon el Estado. Habría que preguntar si es posible combatir la corrupción en un país, donde parece que el rabo de paja es una red que toca a políticos, empresarios y un montón de presta nombres o testaferros. Ahí, no se entiende tampoco nada, de los acuerdos de trastienda de los partidos.

El pueblo utiliza la palabra alcahuetería para referirse al encubrimiento de alguien en determinada circunstancia que no es precisamente buena. En la política hay mucho de esto, claro con sus honrosas excepciones, pero no nos deja de preocupar que vivamos la plenitud del cinismo, es decir el ladrón se jacta de serlo y ya no tiene ningún problema de pavonearse por la calle echando prosa de la corrupción. Es como si la viveza criolla tendría que estar en el ADN de la cultura y que el “vivo siga viviendo del tonto y el tonto de su trabajo”.

Más allá de caer en el pesimismo, urge la activación ciudadana en contra de todo lo que significa la impunidad, la alcahuetería y su nivel mayor, el cinismo. La política no puede tener precio y peor aún a costa del dinero del pueblo. Usted tiene la decisión: ¿sordo, ciego y mudo o buen ciudadano?

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