Sacramento del matrimonio

POR: Luis Fernando Revelo

Cuenta José Moliner la fábula de aquel fino tornillo de acero sueco que estaba solo y triste, se unió con una tuerca solitaria. Al juntarse, encontraron la felicidad. Ambas piezas, tornillo y tuerca debidamente ensambladas, se hicieron más fuertes, más útiles y cumplieron el propósito. Este es el ideal que persigue el sacramento del matrimonio. Y es que el amor carnal abandonado a sí mismo, no puede ser auténticamente la entrega al otro. Un cuerpo que no está penetrado de espíritu y habitado por la gracia de Dios, sólo se buscará a sí mismo y nada más. Muchas parejas casan solamente sus cuerpos, pero muy poquísimas, casan su alma. La ruta del amor va del cuerpo al espíritu, de lo finito a lo infinito, de lo temporal a lo eterno.

En estos momentos críticos que vive la humanidad vale la pena recorrer los textos de las Sagradas Escrituras para ponernos al corriente de lo que verdaderamente significa el sacramento del matrimonio. Abriendo la Biblia en el libro del Génesis, el autor sagrado subraya: “Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Varón y mujer los creó. Dios los bendijo diciéndoles: <<Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla…>>”. Nótese la sabiduría de Dios y su proyecto divino al instituir el sacramento. Los dos sexos estaban perfectamente definidos. El objetivo fundamental del matrimonio es la familia. La mujer es la compañera cualificada del hombre. “No es bueno que el hombre esté solo; haré pues un ser semejante a él para que lo ayude”. Ella vino a ser “la pieza que faltaba en el rompecabezas de su vida”.

El matrimonio es santo y tiene su dignidad. Impensable distorsionar el proyecto escritural, aunque las leyes humanas lo hagan. Pablo lo dijo: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.