La Balsa de los Sapos, el centro ecuatoriano que estudia 70 tipos de ranas

Foto: EFE
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Quito, EFE

Un laboratorio científico en Ecuador busca, desde hace 15 años, cumplir un rol preponderante en Latinoamérica en cuanto a la conservación e investigación de 70 especies anfibios: es la Balsa de los Sapos y alberga a más de 1.500 especímenes.

Este es el laboratorio de anfibios más antiguo de toda América Latina y ha servido para que otras pequeñas iniciativas en Perú o Colombia vean la luz, ya que la región que aglutina este trío de países -junto a Brasil- es la que mayor diversidad de ranas y sapos tiene en todo el planeta.

Según explicó a Efe Santiago Ron, curador de anfibios del Museo de Zoología de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), la idea de esta iniciativa es «por un lado, cumplir un rol de conservación para especies que están en peligro de extinción, pero también nos interesa muchísimo el tema de investigación».

La Balsa de los Sapos nació en 2005 tras el éxito que cosechó una exhibición en la PUCE en la que se dio a conocer, por vez primera, la diversidad de anfibios que hay en Ecuador, lo que provocó un sentimiento de admiración y sorpresa entre el público asistente e impulsó la creación de este laboratorio.

En la actualidad, más de 1.500 especímenes de ranas y sapos de 70 especies conviven en este espacio, algunas tan emblemáticas como la rana Pacman, la de mayor tamaño que alberga el laboratorio y con una curiosa morfología que la camufla en su hábitat, o las ranas de cristal, cuyos machos son los encargados de cuidar de los huevos.

Entre los cantos de las ranas trabaja el administrador de la Balsa, Freddie Almeida, quien se dedica a alimentarlas, limpiar sus terrarios y humedecer su entorno.

«Más que todo, gracias a este proyecto, se ha podido conocer mucho sobre la ecología de muchos individuos de los que no se conocía nada, de cómo se reproducen, de qué se alimentan», apuntó a Efe mientras un grillo -el alimento favorito de las ranas- le iba recorriendo la bata.

De hecho, contó entre risas cómo más de una vez, al salir a almorzar, la gente se le queda mirando por el campus sin que él sepa explicar muy bien por qué: «Te preguntabas qué será, y era que estabas con el grillo en el hombro de mascota».

A lo largo de sus estrechos pasillos, abarrotadas estanterías con terrarios en los que habitan el más de millar y medio de ranas salen al paso, mostrando la gran variedad anfibiológica que tiene Ecuador, con distintas especies en función de su ubicación geográfica: las más grandes pertenecientes a zonas más bajas (Amazonía y costa) y las más pequeñas que habitan en la sierra andina.

De entre ellas, destacan las ranas mono, unos graciosos batracios de vida nocturna que tienen colores llamativos, o la familia de las ranas Jambato, que se creían extintas hasta 2016, cuando investigadores consiguieron localizar algunos ejemplares que ahora están siendo conservados y analizados en la Balsa.

«A partir de lo que hace la Balsa de los Sapos, se genera ciencia e investigación de primer nivel», comentó con orgullo Ron.

Y es que, entre muchas otras investigaciones, en este laboratorio están estudiando los efectos que tienen las secreciones de la piel de algunas ranas en el combate contra células cancerígenas o cómo se puede pasar de un organismo unicelular y simple, como es el huevo de estos batracios, a un organismo completo con miles de millones de células en su etapa adulta.

La Balsa también ha supuesto un ejemplo a seguir para otras muchas iniciativas a lo largo y ancho del mundo, ya que se ha convertido en «uno de los programas de conservación e investigación de anfibios más grandes, no solamente de Ecuador, sino también en Latinoamérica e incluso a nivel mundial», según Ron.

Gracias a los talleres y conferencias que se han impartido en el laboratorio y a la formación que han recibido algunos científicos que ahora tienen sus propios centros de investigación, esta iniciativa se ha expandido, jugando «un rol muy importante» en la educación de la región en esta materia.

También ha ayudado a tejer relaciones de colaboración con otros países amazónicos, en donde hay abundancia de anfibios, sobre todo con Colombia y Perú.

«En la actualidad mantenemos colaboraciones con anfibiólogos de ambos países, algo que es importantísimo teniendo en cuenta que muchas especies son compartidas y este trabajo colaborativo es importante para hacer investigaciones que sean lo suficientemente exhaustivas como para ser válidos y publicadas en revistas científicas de nivel», aseguró el experto.

Todo ello con la intención de que, en el futuro, estas ranas puedan volver a su hábitat natural, siempre que las autoridades -educadas para ello- sepan cómo evitar que sean amenazadas de nuevo.