Imperfecta y deseable

Mariana Velasco

Cuarenta años atrás, Ecuador se convirtió en el primer país de la región en volver a un régimen democrático, luego de una década de gobiernos dictatoriales. Desde el retorno al orden constitucional, con catorce presidentes elegidos, la democracia ha vivido entre luces y sombras.

Ecuador es el país del desencanto y frustración. La Constitución de Montecristi, a la cual debía profesarse enorme fe, porque la vendieron como instrumento jurídico para el ordenamiento democrático, es una decepción. Su garantismo vino arropado de concentración de poder y autoritarismo.

Podrían sostener que no tiene sentido hablar de la relación entre Constitución y estabilidad en un país que ha experimentado tantas revueltas y golpes de Estado ( veinte constituciones expedidas en 189 años) y que, por lo tanto, sería más adecuado analizar una situación caracterizada por una mayor tranquilidad política y por la existencia de una Constitución que no haya sido objeto de tantas reformas.

Inicié el ejercicio periodístico cuando Jaime Roldós Aguilera (1979), de profundas convicciones democráticas y orador de fuste, se dirigía a los jóvenes, mujeres, campesinos, indios, maestros, trabajadores, industriales, comerciantes y agricultores. Era la desesperanza trocada en esperanza de una generación.

Este recorrido evidencia que la democracia es imperfecta pero deseable. Crea deberes y derechos, que no solo dependen del voto, sino de la participación ciudadana, caso contrario el péndulo oscilará entre bonanzas y crisis, como ha sucedido desde la Constitución aprobada en Riobamba en 1830.

Winston Churchill dijo que la ‘democracia es el peor sistema de gobierno creado por el hombre, con excepción de todos los demás. La democracia no es, desde ningún punto de vista, un sistema perfecto pero el resto son peores.’

[email protected]