Tuárez, todopoderoso

Víctor Cabezas

Normalmente en nuestro país la realidad supera a la ficción. Mientras en el resto del mundo las autoridades son designadas por el órgano legislativo, en Ecuador inventamos un superpoderoso Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (Cpccs) que nadie sabe bien qué hace, cómo funciona ni a quién responde.

Un Consejo nefasto para nuestra democracia porque su misión –tal como está descrita en la Constitución– resulta retórica: “luchar contra la corrupción”, “promover la participación ciudadana”, los “valores democráticos”, “la equidad” .
¡Qué bello! Y sí, todos esos objetivos suenan muy bien, pero en la práctica no significan nada. No se materializan.

He ahí el problema del Consejo: es una institución esencialmente retórica, un culto al “bla bla bla” que no devenga los millones de dólares que nos cuesta a los ecuatorianos mantenerlos sentados sesionando todos los días.

En medio de esta agreste selva de inquietudes, nació José Carlos Tuárez, un sacerdote que pretendió aprovecharse de la desubicación generalizada alrededor del Consejo para hacerse todopoderoso.

Fue electo Presidente e inmediatamente su ego subió a los cielos. Dijo que él podía hablar solo “de Lenín Moreno para arriba”, amenazó con revisar la elección de la Corte Constitucional, anunció una purga y un exorcismo al país y terminó augurando una Asamblea Constituyente, o sea, el delirio total.

En los últimos días, el cura Tuárez fue censurado y destituido por la Asamblea Nacional y, con ello, nuestra débil democracia da un mensaje en forma de aliento: en el Ecuador de hoy –con todos los problemas de gobernabilidad y de institucionalidad que tenemos– ya no hay campo para los todopoderosos.

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