Ana Cabezas, la mamá de todo Lagarto

AMOR. Cabezas sonríe con facilidad, mucho más al hablar sobre sus hijos.
AMOR. Cabezas sonríe con facilidad, mucho más al hablar sobre sus hijos.

Cuando Ana Cabezas era muchacha trabajaba en una casa grande donde hacía frío y se regalaba poco amor. Lavar la ropa de los patrones le arrugaba más sus manos negras y pequeñas. Soñaba con dejar Quito y volver a su Esmeraldas, donde estaba su casa de madera, calientita y llena de amor.

Ana nació en un pueblo donde la educación era un fracaso. “Mi escuela era en la parroquia Lagarto, pa’dentro. Había bastante lodo y niños. Las señoritas matriculaban y daban clase una semana, luego se iban a la ciudad; y, antes de terminar el año, venían otra semanita y después le daban a los padres las libretas de calificaciones. Así era todos los años, por eso no aprendí a leer”.

Por eso no permite que ni sus tres hijos ni los que cría gratuitamente en el ‘Hogar campesino’, que inauguró hace 19 años, le salgan con el cuento de que tienen sueño y no quieren ir a la escuela porque está lloviendo.

En su vivienda, donde se crían actualmente 35 menores, su orden es innegociable. Solo tiene que decir: uno, dos y tres para que todos vayan sin renegar. Pero su aparente dureza, es frágilmente quebrantada por niñas como ‘Juanita’, que la besa, la abraza y ella queda derretida como mantequilla en pan caliente, y sus brazos arropan a la chiquilla que no parió pero que ama tanto como a todos los que ha engreido desde hace 19 años en su ‘Hogar campesino’, donde nadie se acuesta sin comer.