Corrupción y educación

Manuel Castro M.

Se menosprecia el talento del pueblo cuando se afirma que no le importa la corrupción y que no es su primer interés la educación, que lo primordial es su subsistencia diaria y que no le “importa que roben si hacen obra”. Asertos falsos o creencias de pocos, generalmente auspiciados por los beneficiarios de la corrupción o por los creadores de “más pobres” para obtener réditos electorales, a la cabeza de los cuales está cierta izquierda, mezcla fatal de populismo y marxismo, que lo único que le interesa es eternizarse en el poder y disfrutarlo. Izquierda de cafetín o de caviar.

Los políticos hasta hace poco adulaban a los pueblos, reconociendo sus virtudes éticas y sus justas ambiciones. Hoy se le engaña miserablemente ofreciéndole equidad, solidaridad y preocupación social sobre todo mediante una justa distribución de la riqueza del país (riqueza que para empezar no existe). Para ello se hacen de la vista gorda de la corrupción rampante que ha creado el socialismo del siglo XXI, pues no se puede negar el fracaso y alcahuetería de los gobiernos eternos de Cuba, Venezuela, Nicaragua. Los grandes, cómplices aventajados de aquella seudo ideología, China y Rusia, son países bastante lejos de una auténtica democracia, y ahora son capitalistas de izquierda, ya que negocios son negocios, lo demás es literatura.

Montesquieu afirmaba, y todavía es sostenible, que “Todos los pueblos defienden antes sus costumbres que sus leyes”. Y en el Ecuador y en América sí existe un apego y admiración a la honradez, a la buena imagen y al mejoramiento individual y colectivo. Se ve en su cultura, que es la creadora de la nación; en los deportes donde con orgullo y emoción ven los triunfadores flamear “su” bandera patria. Existe la emoción de ser ecuatoriano justo y leal, como existen los pasillos y devociones marianas multitudinarias.

Y desde el más humilde latinoamericano aspira al progreso y a la educación, pragmática sí pero integral más. No olvidar a Spengler: “Ningún pueblo pobre puede lograr grandes éxitos políticos; y si juzga la pobreza virtud y la riqueza pecado, tampoco merece lograrlos”.

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