Darle sentido a la vida

Carlos Freile

En estos días han comenzado las clases en la Sierra y en el Oriente. Caigamos en el lugar común de afirmar que miles de niños y jóvenes acuden a las aulas en busca del saber con el fin de prepararse para la vida. Los problemas comienzan cuando se trata de “saber qué es el saber”, pues muchas veces se lo confunde con un conjunto de conocimientos a los cuales bien podrían los estudiantes acceder a través del Internet, con la excepción de los fundamentales y realmente importantes, los cuales se aprenden en los dos o tres primeros años de escolaridad y necesitan, al menos hasta ahora, la guía de un adulto: leer, escribir, las cuatro operaciones y la regla de tres. Lo demás viene por añadidura.

El saber auténtico y realmente trascendental para toda persona humana consiste en darle un sentido a la vida. Y aquí comienzan las dificultades, pues el sentido es propuesto desde fuera de la persona, se le plantea como un camino a recorrer, ya trazado con anterioridad. También se puede explicar el sentido como una respuesta a las preguntas “¿Para qué estoy aquí? ¿Por qué vivo?” Pero si en la sociedad se renuncia a buscar una respuesta racional y válida aceptable para todos los seres humanos, si se inicia la educación sin plantear esa necesidad y luego si se responde que la vida carece de explicación y de sentido, que es producto del azar, entonces el desconcierto de los educandos, aunque no siempre se explicite, es notorio y duradero.

Frente a esta realidad carente de esperanza las nuevas generaciones renuncian a la búsqueda del sentido de la vida y se refugian en el hedonismo más craso, en la entrega animalesca al goce material de cada día. Si la sociedad sostiene que la relación amorosa se reduce al sexo seguro en lo físico, si no busca preparar a los jóvenes a la entrega y a la aceptación, al dar y al recibir, se forman pequeños monstruos egoístas incapaces de construir relaciones que garanticen estabilidad, no solo emocional sino social y económica. Tristes las nuevas generaciones, que ni sospechan de la existencia del sentido de la vida.

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