El pase perfecto

Juan Aranda Gámiz

En la vida necesitamos driblar para esquivar y poder avanzar, pero ello requiere de alguien que sepa dónde estás y cuáles son tus intenciones, porque entre todos precisamos jugar a un toque y con el único propósito de alcanzar la meta.

Para ello necesitamos pases, que a veces salen bien y otras no, aunque siempre soñemos con el “pase perfecto”, por el que seremos recordados eternamente.

El campo de fútbol es la calle, donde transcurre el día a día, los jugadores somos los que apostamos por una corriente de pensamiento, una idea preconcebida o un liderazgo, mientras que el equipo contrario será ese otro grupo que nos tendrá siempre por rivales.

Los pases son las corrientes de opinión que, a veces, atraen y convencen, con las que se solidarizan aquellos indecisos que aún no apostaron por ninguna tendencia.

La pretensión, sin embargo, será intentar que podamos sensibilizar a quien siempre nos cuestiona y considera “contrario” por antonomasia, lograr que empiece a estudiar nuestra opción de vida y decida seguirla.

Es el ejemplo que generamos, al fin y al cabo, ese “pase perfecto” que tenemos que lograr, porque alguien lo imita y divulga, copia e integra, cuando lo considera sin contaminación alguna y cargado de una verdad que contagia.

No damos muchos pases perfectos en la vida y, por eso, tenemos una sociedad estancada, dispuesta a involucionar, olvidándose del diálogo y las propuestas, arrinconada en el menosprecio y la alienación, marginando al que habla o escondiendo al que opina.

Esto obliga a hablar en el aula y en la casa, condicionando a los jóvenes a tener referentes que merezcan la pena, a interpretar las letras de las canciones y los versos de los poemas más tristes, a indagar en los lemas y a descubrir en los versos olvidados. (O)