Medidas apropiadas

Daniel Márquez Soares

Resulta curioso que varias sociedades que hace apenas unos años se estudiaban como exitosos casos de desarrollo han terminado ahora convertidas en referentes de lo miserable que puede tornarse la vida. Con sus infinitas jornadas laborales, abusos de sustancias o extinción de la vida social y familiar que suelen conllevar, el desarrollo luce a veces poco atractivo. Ver el preocupante envejecimiento y la paulatina desaparición, por baja natalidad, de varios de los pueblos más prósperos, sugiere que mantener ese nivel de riqueza requiere un tipo de vida indigna de compartirla con nadie más. Las consecuencias del progreso parecen irse de las manos cuando, como se ve ahora en Estados Unidos, los opioides, las drogas sintéticas y el suicidio entre la clase trabajadora han producido un descenso en la esperanza de vida, un fenómeno jamás visto en el mundo desarrollado.

Parecería que ese es el futuro. Leer sobre la vida de los grandes referentes de éxito de la época contemporánea, ya sean innovadores o gerentes, resulta profundamente descorazonador para una persona sana y corriente. No importa el país ni el ámbito en el que se desempeñen, el patrón parece siempre repetirse: volumen irrisorio de trabajo, un clima de competencia despiadada más propio de la jungla, obsesión neurótica por el éxito y estrés permanente, sazonado con crisis nerviosas, cánceres tempranos y fracasos familiares. Llama la atención la forma como las disquisiciones finales de dichos sujetos, así como los materiales que suelen citar como fuente de inspiración, terminan cayendo más en el terreno de lo moral y de lo espiritual que en el de la gestión o el mercadeo.

A veces olvidamos que la obsesión por el crecimiento económico y la productividad es el legado de una época pasada de violencia. El tamaño y la eficiencia de la economía era lo que determinaba la capacidad de vencer en una guerra a otra sociedad. Era una medida de poder, nunca fue ni buscó ser una medida de felicidad o civilización. Implicaba la capacidad de sobrevivir; por eso eran tan importante.

Ahora vivimos en un mundo diferente, con mucho más recursos y menos violento. Quizás, como se hace en tantas otras cosas, podemos empezar a dejar que cada sociedad encuentre su propio concepto de bienestar y, por ende, de progreso.

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