Esperanza Sánchez

POR: Luis Fernando Revelo

Hablar de Esperancita Sánchez de Fuentes, es hablar de una vida que fue tallada en la paciente y fecunda amistad con la música, la cual sabe entregar el tesoro de sus secretos a quienes con vocación, decisión y tesonera perseverancia, se consagran.

Es hablar de la maestra que supo gastarse y desgastarse, envejeciendo por los demás, cosa cruel para quienes en nada creen, ni nada esperan, para quienes la juventud es divina ambrosía que se escapa de la copa rota y el divino tesoro que se acaba, pero dulce y sedante para quienes, como la distinguida maestra, sin egoísmos y con fe supo volver a amar su vida en la vida de los otros y fundamentalmente de los niños.

Decenas de generaciones que pasaron por las gloriosas aulas del Jardín de Infantes “María Montessori”, de la Escuela “Alfredo Pérez Guerrero” y del Colegio particular “Oviedo”, la recuerdan como la gran maestra que arrancando del acordeón o del piano las notas melodiosas o los sutiles arpegios les enseñó a entonar un canto por la vida con su característica y tierna solicitud. Descendiente de una prosapia de músicos,

Esperancita plasmó su vocación en el coro de las musas. Sintió bullir en su corazón el don de la música, de sus ancestros lo recibió amable y tierno, gallardo y señoril. Fue ampliamente conocida en los círculos culturales e intelectuales. De su exquisita cultura, de su trato fino y delicado, dan testimonio el Centro Femenino de Cultura “Ibarra”, la Casa de la Cultura de Imbabura y la Sociedad Bolivariana.

Hoy que atravesó los umbrales del tiempo para ingresar en las moradas de la eternidad, dejando a su paso la estela luminosa de su proficua vida, ninguna ofrenda será más significativa que la entretejida por las siemprevivas recogidas en el pensil de la admiración y el reconocimiento.