M. ALEJANDRA SALAZAR MURRIETA
Lo ocurrido el último jueves 12 de septiembre 2019, con la liberación de Luis Chiriboga, involucrado en el escándalo de corrupción conocido como FIFA Gate, debe quedar marcado en la historia no solo del deporte ecuatoriano, sino también en los anales de la historia jurídica del Ecuador.
Ver dibujado en su rostro esa gran sonrisa de triunfo, me hace extrapolar al otro lado de la cancha y pensar en el mal momento que atraviesa, precisamente esa Federación Deportiva que tan mal presidió.
En nuestro ámbito local, la ligereza con que actúa nuestra justicia ha dejado mucho que desear. Y a la vez nos hace pensar que ella (la justicia) trabaja en función de permitir el cometimiento de delitos a todos aquellos que incursionan en el ámbito de lo ilegal, más aún cuando se hallan inmersos en casos de grave corrupción.
Hasta la fecha, hemos sido testigos de cómo los corruptos y corruptores son eximidos de culpa y sanción y a su vez se les termina permitiendo disfrutar de lo mal habido. Porque en ningún proceso de tantos sonados casos se percibe que exista una sanción ejemplar que al menos intente disuadir a la ciudadanía de cometer un ilícito.
En el caso de la Federación Internación de Fútbol Asociado (FIFA) sancionó de por vida a Chiriboga con una pena que lo obliga a alejarse de cualquier actividad ligada al fútbol. Medida bastante rescatable, con la que asumo se pretende limpiar en cierta medida tanto desprestigio en torno a su ejercicio y bajo su nombre.
No así nuestra justicia tan ciega, tan sorda y por demás muda, que cada día demuestra que los corruptos en nuestro país tienen un espacio especial destinado para pisotear las leyes y engrandecerse por encima de su ruindad. Y, que hace percibir al ciudadano común que las leyes miran bolsillos y fama.
Un hecho lamentable fue el ocurrido precisamente a la salida de la cárcel del mencionado exdirigente, quien es abordado por la prensa deportiva, la cual, incluso, llega a solicitarle saludos a la audiencia, como si se tratase de un genio de la ciencia o un filántropo benefactor.