Sombra de octubre

Gabriel U. García T.

En estos días estoy entretenido con ‘Luz de agosto’, una novela bien lograda por William Faulkner, el genial escritor norteamericano que, luego de conseguir el Premio Nobel, falleciera en 1962. Es una historia que narra la pobreza, la discriminación y la intolerancia del sur de Estados Unidos a principios del siglo XX. La necesidad, unida con la ignorancia, produce un relato muy duro.

Uno de los personajes lucra con la prohibición de producir y vender alcoholes que regía en Norteamérica. Gracias a esto amasa, rápidamente, una fortuna que le permite darse el lujo de tener carros nuevos y abandonar su empleo, mofándose de sus antiguos compañeros.

Traigo esto a la memoria porque, de alguna manera, el Ecuador lo ha vivido durante décadas. Algunos transportistas, no todos, han usufructuado, enormemente, de los subsidios que el Estado ha concedido para evitar que suban los costos de los pasajes. También hay gente que amasó inmensas fortunas contrabandeando combustibles subsidiados por todos.

Es evidente que esto debe corregirse. Sin embargo, no se puede hacer a costa de la gente más pobre. Según el Instituto Ecuatoriano de Estadísticas y Censos, 9,5% de los ecuatorianos viven con menos de un dólar sesenta por día. Es decir, un millón seiscientos cuarenta y un mil ciudadanos deben alimentarse, vestirse, transportarse, educarse, sanarse, con un dólar sesenta. ¿Es posible esto?

Más de 4’400 mil personas están obligadas a vivir con dos dólares con 80 centavos diarios. ¿Qué les sucederá si las cosas se encarecen y suben los precios de los pasajes?

Por otra parte, la banca obtendría ganancias de 554 millones de dólares anuales. Podríamos pensar en gravar estos ingresos extraordinarios. Al fin y al cabo, la solidaridad es el pilar con el que se construye la democracia. (O)

@gulpiano1