Y rezábamos el rosario

POR: Germánico Solis

Nuestros pueblos han sido eminentemente religiosos. Antiguas Constituciones invocaban el nombre de Dios al declarar sus fundamentos. La gran mayoría de creyentes practicaban la religión católica. En la actualidad se han proliferado muchos credos. Los escépticos han sido pocos en todos los tiempos.

Las familias tradicionales – que en el pasado tenía muchos hijos – mantuvieron el ideal de tener hijos médicos, abogados, militares, sacerdotes o monjas, de esa manera la estructura familiar cumplía con las necesidades terrenales y había el aguardo de ganar un puesto en el cielo.

Aparte de cumplir los domingos con la asistencias a las misas y comulgar, en las casa habían otros ritos católicos ineludibles, consagraciones, lectura de la biblia, novenas y el rezo de rosario. Al interior de los hogares se exhibía esculturas de cristos o cuadros de vírgenes muy sonadas, así, la de las Lajas, del Quinche, y otras a las que se mantenía grande devoción y la certeza de ser autoras de milagros. Las familias pudientes incluso tenían oratorios en sus domicilios.

Las prácticas litúrgicas acostumbraban el rezo del rosario en las residencias, presentes siempre todos los miembros de la familia, niños, adultos y algún vecino o vecina íntimos. Regularmente se adestraba en horas finales de la tarde. Todos asistían convencidos y con el júbilo de ser parte de esos ejercicios.

En mi casa y no sé si en todas, había una tía que ordenaba el rezo del rosario, sus semblante tenía un gestos de santa, se vestía con trajes oscuros y su cara tenía pucheros de extrema piedad. A todas partes llevaba en sus manos un libro muy usado con oraciones para todos los instantes de la vida y la muerte.

A quienes éramos niños en esas épocas, no era de agrado la asistencia de esa tía que olía a naftalina. Sus rezos se extendían por largo tiempo y más, el rosario oraba en latín, pronunciando cuidadosamente términos que no entendíamos. Era angustiosa para nosotros la llegada de esa tía.

Terminado el largo rosario, en hora buena tomábamos café con algún aderezo. La tía daba una orden final, retirarnos todos los niños, ella indicaba que iban a conversar entre mayores.