Ciegos

Pablo Escandón Montenegro

Los ilustradores otomanos que están a órdenes del sultán turco, en ‘Me llamo rojo’, de Orhan Pamuk, son activistas políticos, pues sus trazos, colores y formas preservan la tradición pictórica oriental y lo que dictan los preceptos religiosos de no hacer idolatría. Son la memoria de un régimen, de un monarca, y así preservan la tradición, sin firmas de autoría ni cambios en las imágenes, pues el estilo es visto como una blasfemia.

Dos de los ilustradores más prestigiosos se ciegan, como lo hizo el padre de la tradición, para conservar en sus pupilas y en su cabeza la imagen de su mundo. La reproducirán fielmente y que los demás, siglos después, la copiarán y contarán de la misma manera.

Muchos de los medios en el país, prefieren la ceguera de los puntos opuestos, de los sectores que no desean conversar, dialogar ni ver lo que sucede con el país, ahora, en estos momentos, no lo bien que le irá con la liberación del precio de los combustibles ni lo bien que estaba con la situación anterior.

Cada sector y su grupo mediático son los ilustradores otomanos: se hunden el alfiler en los ojos, como el fundador del único estilo de dibujo permitido, para pintar las maravillas dogmáticas, realidades pasadas, sociedades idealizadas, y así contarnos desde un pasado idílico o desde un futuro incierto, ese Infierno tan temido o ese Paraíso tan anhelado.

Cada grupo de poder, social o étnico tiene su prensa y su relato. Gracias a Internet, podemos acudir a cada uno para equilibrar, confrontar y sopesar los sucesos, no las opiniones. Como clase media que somos, no estamos con los indígenas en sus movilizaciones, y el empresariado no nos acepta en sus deliberaciones.

Solo los ciegos nos excluyen a quienes podemos y queremos ver la realidad, la de hoy, no la que está en sus proyecciones ni en sus recuerdos.

[email protected]

Pablo Escandón Montenegro

Los ilustradores otomanos que están a órdenes del sultán turco, en ‘Me llamo rojo’, de Orhan Pamuk, son activistas políticos, pues sus trazos, colores y formas preservan la tradición pictórica oriental y lo que dictan los preceptos religiosos de no hacer idolatría. Son la memoria de un régimen, de un monarca, y así preservan la tradición, sin firmas de autoría ni cambios en las imágenes, pues el estilo es visto como una blasfemia.

Dos de los ilustradores más prestigiosos se ciegan, como lo hizo el padre de la tradición, para conservar en sus pupilas y en su cabeza la imagen de su mundo. La reproducirán fielmente y que los demás, siglos después, la copiarán y contarán de la misma manera.

Muchos de los medios en el país, prefieren la ceguera de los puntos opuestos, de los sectores que no desean conversar, dialogar ni ver lo que sucede con el país, ahora, en estos momentos, no lo bien que le irá con la liberación del precio de los combustibles ni lo bien que estaba con la situación anterior.

Cada sector y su grupo mediático son los ilustradores otomanos: se hunden el alfiler en los ojos, como el fundador del único estilo de dibujo permitido, para pintar las maravillas dogmáticas, realidades pasadas, sociedades idealizadas, y así contarnos desde un pasado idílico o desde un futuro incierto, ese Infierno tan temido o ese Paraíso tan anhelado.

Cada grupo de poder, social o étnico tiene su prensa y su relato. Gracias a Internet, podemos acudir a cada uno para equilibrar, confrontar y sopesar los sucesos, no las opiniones. Como clase media que somos, no estamos con los indígenas en sus movilizaciones, y el empresariado no nos acepta en sus deliberaciones.

Solo los ciegos nos excluyen a quienes podemos y queremos ver la realidad, la de hoy, no la que está en sus proyecciones ni en sus recuerdos.

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Los ilustradores otomanos que están a órdenes del sultán turco, en ‘Me llamo rojo’, de Orhan Pamuk, son activistas políticos, pues sus trazos, colores y formas preservan la tradición pictórica oriental y lo que dictan los preceptos religiosos de no hacer idolatría. Son la memoria de un régimen, de un monarca, y así preservan la tradición, sin firmas de autoría ni cambios en las imágenes, pues el estilo es visto como una blasfemia.

Dos de los ilustradores más prestigiosos se ciegan, como lo hizo el padre de la tradición, para conservar en sus pupilas y en su cabeza la imagen de su mundo. La reproducirán fielmente y que los demás, siglos después, la copiarán y contarán de la misma manera.

Muchos de los medios en el país, prefieren la ceguera de los puntos opuestos, de los sectores que no desean conversar, dialogar ni ver lo que sucede con el país, ahora, en estos momentos, no lo bien que le irá con la liberación del precio de los combustibles ni lo bien que estaba con la situación anterior.

Cada sector y su grupo mediático son los ilustradores otomanos: se hunden el alfiler en los ojos, como el fundador del único estilo de dibujo permitido, para pintar las maravillas dogmáticas, realidades pasadas, sociedades idealizadas, y así contarnos desde un pasado idílico o desde un futuro incierto, ese Infierno tan temido o ese Paraíso tan anhelado.

Cada grupo de poder, social o étnico tiene su prensa y su relato. Gracias a Internet, podemos acudir a cada uno para equilibrar, confrontar y sopesar los sucesos, no las opiniones. Como clase media que somos, no estamos con los indígenas en sus movilizaciones, y el empresariado no nos acepta en sus deliberaciones.

Solo los ciegos nos excluyen a quienes podemos y queremos ver la realidad, la de hoy, no la que está en sus proyecciones ni en sus recuerdos.

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Los ilustradores otomanos que están a órdenes del sultán turco, en ‘Me llamo rojo’, de Orhan Pamuk, son activistas políticos, pues sus trazos, colores y formas preservan la tradición pictórica oriental y lo que dictan los preceptos religiosos de no hacer idolatría. Son la memoria de un régimen, de un monarca, y así preservan la tradición, sin firmas de autoría ni cambios en las imágenes, pues el estilo es visto como una blasfemia.

Dos de los ilustradores más prestigiosos se ciegan, como lo hizo el padre de la tradición, para conservar en sus pupilas y en su cabeza la imagen de su mundo. La reproducirán fielmente y que los demás, siglos después, la copiarán y contarán de la misma manera.

Muchos de los medios en el país, prefieren la ceguera de los puntos opuestos, de los sectores que no desean conversar, dialogar ni ver lo que sucede con el país, ahora, en estos momentos, no lo bien que le irá con la liberación del precio de los combustibles ni lo bien que estaba con la situación anterior.

Cada sector y su grupo mediático son los ilustradores otomanos: se hunden el alfiler en los ojos, como el fundador del único estilo de dibujo permitido, para pintar las maravillas dogmáticas, realidades pasadas, sociedades idealizadas, y así contarnos desde un pasado idílico o desde un futuro incierto, ese Infierno tan temido o ese Paraíso tan anhelado.

Cada grupo de poder, social o étnico tiene su prensa y su relato. Gracias a Internet, podemos acudir a cada uno para equilibrar, confrontar y sopesar los sucesos, no las opiniones. Como clase media que somos, no estamos con los indígenas en sus movilizaciones, y el empresariado no nos acepta en sus deliberaciones.

Solo los ciegos nos excluyen a quienes podemos y queremos ver la realidad, la de hoy, no la que está en sus proyecciones ni en sus recuerdos.

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