El verdadero odio

Patricio Durán

Unos caudillos correístas –con Correa como cachiporrero principal- que comandaron y auspiciaron un golpe de estado fallido, unos líderes indígenas sediciosos –con Jaime Vargas a la cabeza-, unos vándalos que destruyen ciudades, que atacan con sevicia a las fuerzas del orden; el mal existiendo por sí mismo, matando los esfuerzos de un pueblo por desarrollarse. Las sirenas de ambulancias y bomberos silenciadas por el ataque artero. Instituciones públicas y medios de comunicación en llamas. Eso es el odio anónimo, el que paraliza los trenes del progreso. Odio anónimo como recurso final, como arma sin filo ni puño, que añade al dolor el desconcierto.

Un pueblo sin autoridades, sin protección, sumido en el caos, en el miedo, sin saber el porqué del ataque aleve a su pequeño negocio, a su industria, a su empresa levantada con años de esfuerzo y privaciones. Sospechamos de todo, de la sombra de un pájaro, del aire que se para ante nuestra ventana, del vecino.

Esos días, al salir el sol, al caer la tarde, se hacía visible el terrorismo demencial de las masas indígenas que corrían por el asfalto inquieto. Ningún mensaje válido, ninguna respuesta del más allá, ninguna confidencia de los acostumbrados confidentes. Y, sin embargo, cobraba espesor la noticia sin nota de quienes se dicen ser los que alimentan al pueblo, pero lo dejan sin agua.

El odio anónimo es el verdadero odio, no se manifiesta nunca, se comporta como un elemento de la naturaleza y añade a nuestro miedo nuestra indecisión. La respuesta a este odio anónimo es el miedo, el terror. Todos son los mismos en la patria del odio, aunque quienes siembran el terror ni siquiera se merecen una patria. Frente a tanta vaguedad y confusión debemos erigir nuestra decisión unánime, nuestra almena heroica, nuestro hormigón espiritual para salir avante.

Patricio Durán

Unos caudillos correístas –con Correa como cachiporrero principal- que comandaron y auspiciaron un golpe de estado fallido, unos líderes indígenas sediciosos –con Jaime Vargas a la cabeza-, unos vándalos que destruyen ciudades, que atacan con sevicia a las fuerzas del orden; el mal existiendo por sí mismo, matando los esfuerzos de un pueblo por desarrollarse. Las sirenas de ambulancias y bomberos silenciadas por el ataque artero. Instituciones públicas y medios de comunicación en llamas. Eso es el odio anónimo, el que paraliza los trenes del progreso. Odio anónimo como recurso final, como arma sin filo ni puño, que añade al dolor el desconcierto.

Un pueblo sin autoridades, sin protección, sumido en el caos, en el miedo, sin saber el porqué del ataque aleve a su pequeño negocio, a su industria, a su empresa levantada con años de esfuerzo y privaciones. Sospechamos de todo, de la sombra de un pájaro, del aire que se para ante nuestra ventana, del vecino.

Esos días, al salir el sol, al caer la tarde, se hacía visible el terrorismo demencial de las masas indígenas que corrían por el asfalto inquieto. Ningún mensaje válido, ninguna respuesta del más allá, ninguna confidencia de los acostumbrados confidentes. Y, sin embargo, cobraba espesor la noticia sin nota de quienes se dicen ser los que alimentan al pueblo, pero lo dejan sin agua.

El odio anónimo es el verdadero odio, no se manifiesta nunca, se comporta como un elemento de la naturaleza y añade a nuestro miedo nuestra indecisión. La respuesta a este odio anónimo es el miedo, el terror. Todos son los mismos en la patria del odio, aunque quienes siembran el terror ni siquiera se merecen una patria. Frente a tanta vaguedad y confusión debemos erigir nuestra decisión unánime, nuestra almena heroica, nuestro hormigón espiritual para salir avante.

Patricio Durán

Unos caudillos correístas –con Correa como cachiporrero principal- que comandaron y auspiciaron un golpe de estado fallido, unos líderes indígenas sediciosos –con Jaime Vargas a la cabeza-, unos vándalos que destruyen ciudades, que atacan con sevicia a las fuerzas del orden; el mal existiendo por sí mismo, matando los esfuerzos de un pueblo por desarrollarse. Las sirenas de ambulancias y bomberos silenciadas por el ataque artero. Instituciones públicas y medios de comunicación en llamas. Eso es el odio anónimo, el que paraliza los trenes del progreso. Odio anónimo como recurso final, como arma sin filo ni puño, que añade al dolor el desconcierto.

Un pueblo sin autoridades, sin protección, sumido en el caos, en el miedo, sin saber el porqué del ataque aleve a su pequeño negocio, a su industria, a su empresa levantada con años de esfuerzo y privaciones. Sospechamos de todo, de la sombra de un pájaro, del aire que se para ante nuestra ventana, del vecino.

Esos días, al salir el sol, al caer la tarde, se hacía visible el terrorismo demencial de las masas indígenas que corrían por el asfalto inquieto. Ningún mensaje válido, ninguna respuesta del más allá, ninguna confidencia de los acostumbrados confidentes. Y, sin embargo, cobraba espesor la noticia sin nota de quienes se dicen ser los que alimentan al pueblo, pero lo dejan sin agua.

El odio anónimo es el verdadero odio, no se manifiesta nunca, se comporta como un elemento de la naturaleza y añade a nuestro miedo nuestra indecisión. La respuesta a este odio anónimo es el miedo, el terror. Todos son los mismos en la patria del odio, aunque quienes siembran el terror ni siquiera se merecen una patria. Frente a tanta vaguedad y confusión debemos erigir nuestra decisión unánime, nuestra almena heroica, nuestro hormigón espiritual para salir avante.

Patricio Durán

Unos caudillos correístas –con Correa como cachiporrero principal- que comandaron y auspiciaron un golpe de estado fallido, unos líderes indígenas sediciosos –con Jaime Vargas a la cabeza-, unos vándalos que destruyen ciudades, que atacan con sevicia a las fuerzas del orden; el mal existiendo por sí mismo, matando los esfuerzos de un pueblo por desarrollarse. Las sirenas de ambulancias y bomberos silenciadas por el ataque artero. Instituciones públicas y medios de comunicación en llamas. Eso es el odio anónimo, el que paraliza los trenes del progreso. Odio anónimo como recurso final, como arma sin filo ni puño, que añade al dolor el desconcierto.

Un pueblo sin autoridades, sin protección, sumido en el caos, en el miedo, sin saber el porqué del ataque aleve a su pequeño negocio, a su industria, a su empresa levantada con años de esfuerzo y privaciones. Sospechamos de todo, de la sombra de un pájaro, del aire que se para ante nuestra ventana, del vecino.

Esos días, al salir el sol, al caer la tarde, se hacía visible el terrorismo demencial de las masas indígenas que corrían por el asfalto inquieto. Ningún mensaje válido, ninguna respuesta del más allá, ninguna confidencia de los acostumbrados confidentes. Y, sin embargo, cobraba espesor la noticia sin nota de quienes se dicen ser los que alimentan al pueblo, pero lo dejan sin agua.

El odio anónimo es el verdadero odio, no se manifiesta nunca, se comporta como un elemento de la naturaleza y añade a nuestro miedo nuestra indecisión. La respuesta a este odio anónimo es el miedo, el terror. Todos son los mismos en la patria del odio, aunque quienes siembran el terror ni siquiera se merecen una patria. Frente a tanta vaguedad y confusión debemos erigir nuestra decisión unánime, nuestra almena heroica, nuestro hormigón espiritual para salir avante.