Mirada hacia la familia

MA. ALEJANDRA SALAZAR MURRIETA

En las últimas manifestaciones que se están desarrollando en diversos lugares y países, podemos notar hordas de jóvenes enardecidos vandalizando todo lo que encuentran a su paso, enalteciendo a héroes creados en su imaginación, héroes que no construyeron ni procuraron el bienestar común. Gritando consignas de indignación refugiados en ataques excesivamente violentos.

Estas dicotomías me llevan a pensar que hay una separación completa entre conocer qué es el bien y qué el mal. En reconocer al Estado representado en la fuerza pública como personas dolientes y no como seres inanimados carentes de sentimientos contra quienes descargan sus emociones y bajas pasiones.

Que deben reconocer entre reclamo y destrucción, y que los bienes públicos o privados no deben ser objeto de ensañamiento. Que en el primer caso se debe entender que los bienes públicos son de propiedad de todos los ciudadanos, quienes los pagamos a través de nuestros impuestos y que son exigidos por nosotros también para brindarnos un servicio. En el caso de lo privado, no hay clara concepción de que le pertenecen a un alguien quien ha trabajado y adquirido el bien con esfuerzo. Que no es propicio ni oportuno destruir y arrebatar.

En este punto quiero hacer un alto y preguntarme. ¿Será que nosotros como padres hemos cortado de raíz toda forma de comunicación y trasmisión de sentimientos y valores hacia nuestros hijos? Porque es claro que hemos descuidado su formación integral, de tal forma que sus berrinches de infancia, no atendidos, ahora se canalizan a través del vandalismo.

Necesitamos de forma urgente volver la mirada a la familia, demostrarnos afecto, cariño, procurando que en ese camino que preparamos para que no les faltase lo material, tampoco esté ausente lo espiritual. Debemos empezar un proceso de formación, de civilización, de culturización. De enseñanza de valores morales.

[email protected]

MA. ALEJANDRA SALAZAR MURRIETA

En las últimas manifestaciones que se están desarrollando en diversos lugares y países, podemos notar hordas de jóvenes enardecidos vandalizando todo lo que encuentran a su paso, enalteciendo a héroes creados en su imaginación, héroes que no construyeron ni procuraron el bienestar común. Gritando consignas de indignación refugiados en ataques excesivamente violentos.

Estas dicotomías me llevan a pensar que hay una separación completa entre conocer qué es el bien y qué el mal. En reconocer al Estado representado en la fuerza pública como personas dolientes y no como seres inanimados carentes de sentimientos contra quienes descargan sus emociones y bajas pasiones.

Que deben reconocer entre reclamo y destrucción, y que los bienes públicos o privados no deben ser objeto de ensañamiento. Que en el primer caso se debe entender que los bienes públicos son de propiedad de todos los ciudadanos, quienes los pagamos a través de nuestros impuestos y que son exigidos por nosotros también para brindarnos un servicio. En el caso de lo privado, no hay clara concepción de que le pertenecen a un alguien quien ha trabajado y adquirido el bien con esfuerzo. Que no es propicio ni oportuno destruir y arrebatar.

En este punto quiero hacer un alto y preguntarme. ¿Será que nosotros como padres hemos cortado de raíz toda forma de comunicación y trasmisión de sentimientos y valores hacia nuestros hijos? Porque es claro que hemos descuidado su formación integral, de tal forma que sus berrinches de infancia, no atendidos, ahora se canalizan a través del vandalismo.

Necesitamos de forma urgente volver la mirada a la familia, demostrarnos afecto, cariño, procurando que en ese camino que preparamos para que no les faltase lo material, tampoco esté ausente lo espiritual. Debemos empezar un proceso de formación, de civilización, de culturización. De enseñanza de valores morales.

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MA. ALEJANDRA SALAZAR MURRIETA

En las últimas manifestaciones que se están desarrollando en diversos lugares y países, podemos notar hordas de jóvenes enardecidos vandalizando todo lo que encuentran a su paso, enalteciendo a héroes creados en su imaginación, héroes que no construyeron ni procuraron el bienestar común. Gritando consignas de indignación refugiados en ataques excesivamente violentos.

Estas dicotomías me llevan a pensar que hay una separación completa entre conocer qué es el bien y qué el mal. En reconocer al Estado representado en la fuerza pública como personas dolientes y no como seres inanimados carentes de sentimientos contra quienes descargan sus emociones y bajas pasiones.

Que deben reconocer entre reclamo y destrucción, y que los bienes públicos o privados no deben ser objeto de ensañamiento. Que en el primer caso se debe entender que los bienes públicos son de propiedad de todos los ciudadanos, quienes los pagamos a través de nuestros impuestos y que son exigidos por nosotros también para brindarnos un servicio. En el caso de lo privado, no hay clara concepción de que le pertenecen a un alguien quien ha trabajado y adquirido el bien con esfuerzo. Que no es propicio ni oportuno destruir y arrebatar.

En este punto quiero hacer un alto y preguntarme. ¿Será que nosotros como padres hemos cortado de raíz toda forma de comunicación y trasmisión de sentimientos y valores hacia nuestros hijos? Porque es claro que hemos descuidado su formación integral, de tal forma que sus berrinches de infancia, no atendidos, ahora se canalizan a través del vandalismo.

Necesitamos de forma urgente volver la mirada a la familia, demostrarnos afecto, cariño, procurando que en ese camino que preparamos para que no les faltase lo material, tampoco esté ausente lo espiritual. Debemos empezar un proceso de formación, de civilización, de culturización. De enseñanza de valores morales.

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MA. ALEJANDRA SALAZAR MURRIETA

En las últimas manifestaciones que se están desarrollando en diversos lugares y países, podemos notar hordas de jóvenes enardecidos vandalizando todo lo que encuentran a su paso, enalteciendo a héroes creados en su imaginación, héroes que no construyeron ni procuraron el bienestar común. Gritando consignas de indignación refugiados en ataques excesivamente violentos.

Estas dicotomías me llevan a pensar que hay una separación completa entre conocer qué es el bien y qué el mal. En reconocer al Estado representado en la fuerza pública como personas dolientes y no como seres inanimados carentes de sentimientos contra quienes descargan sus emociones y bajas pasiones.

Que deben reconocer entre reclamo y destrucción, y que los bienes públicos o privados no deben ser objeto de ensañamiento. Que en el primer caso se debe entender que los bienes públicos son de propiedad de todos los ciudadanos, quienes los pagamos a través de nuestros impuestos y que son exigidos por nosotros también para brindarnos un servicio. En el caso de lo privado, no hay clara concepción de que le pertenecen a un alguien quien ha trabajado y adquirido el bien con esfuerzo. Que no es propicio ni oportuno destruir y arrebatar.

En este punto quiero hacer un alto y preguntarme. ¿Será que nosotros como padres hemos cortado de raíz toda forma de comunicación y trasmisión de sentimientos y valores hacia nuestros hijos? Porque es claro que hemos descuidado su formación integral, de tal forma que sus berrinches de infancia, no atendidos, ahora se canalizan a través del vandalismo.

Necesitamos de forma urgente volver la mirada a la familia, demostrarnos afecto, cariño, procurando que en ese camino que preparamos para que no les faltase lo material, tampoco esté ausente lo espiritual. Debemos empezar un proceso de formación, de civilización, de culturización. De enseñanza de valores morales.

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