Pensar en la muerte

POR: Luis Fernando Revelo

Con enorme gracejo el excelso fabulista francés Jean de Lafontaine cuenta que: Un desdichado llamaba todos los días en su ayuda a la muerte. “¡Oh muerte! exclamaba, /¡cuán agradable me pareces! /Ven pronto y pon fin a mis infortunios. /La muerte creyó que le haría un verdadero favor, y acudió al momento. /Llamó a la puerta, entró y se le presentó. /“¿Qué veo?, exclamó el desdichado; /llevaos ese espectro; ¡cuán espantoso es! /Su presencia me aterra y horroriza. /¡No te acerques, oh muerte! ¡retírate pronto!”.

A quién no le horroriza la muerte. Nadie puede soslayar esta tremenda realidad de que tenemos que morir. Nos aferramos a la vida, pensamos que somos eternos, que jamás nos presentaremos ante el Tribunal de Cristo para rendirle cuentas de nuestros actos. En cierto lugar de la “Divina Comedia”, el gran Dante subraya: “Con el dolor que la uña es arrancada de la carne, así yo me separaré de Beatriz”. Así también de la misma manera, y aún con desgarramiento más agudo nos separaremos nosotros de la vida. Todos tenemos una cita con el destino, estamos de paso en esta tierra y tenemos que caminar ligeros de equipaje. Nos espeluzna contemplar el frío cadáver que se vela en una funeraria, pensando que todo termina en el ataúd, bajo el negro catafalco, en la tétrica fosa y bajo los pocos pies de tierra que nos echan encima como la última cobertura de este mundo. El famoso Rubén Darío solía decir: “No son muertos los que disfrutan de la tumba fría, muertos son los que tienen muerta el alma y aun viven todavía”.

¿Cómo está su alma? ¿Se esfuerza cada día por vivir la vida en su profundidad, haciendo el bien? No olvide lo que alguna vez dijo el poeta: “Cuando tú naciste /todos sonreían /y tú llorabas. /Vive de tal manera que cuando tú mueras /todos lloren y tú sonrías”.

POR: Luis Fernando Revelo

Con enorme gracejo el excelso fabulista francés Jean de Lafontaine cuenta que: Un desdichado llamaba todos los días en su ayuda a la muerte. “¡Oh muerte! exclamaba, /¡cuán agradable me pareces! /Ven pronto y pon fin a mis infortunios. /La muerte creyó que le haría un verdadero favor, y acudió al momento. /Llamó a la puerta, entró y se le presentó. /“¿Qué veo?, exclamó el desdichado; /llevaos ese espectro; ¡cuán espantoso es! /Su presencia me aterra y horroriza. /¡No te acerques, oh muerte! ¡retírate pronto!”.

A quién no le horroriza la muerte. Nadie puede soslayar esta tremenda realidad de que tenemos que morir. Nos aferramos a la vida, pensamos que somos eternos, que jamás nos presentaremos ante el Tribunal de Cristo para rendirle cuentas de nuestros actos. En cierto lugar de la “Divina Comedia”, el gran Dante subraya: “Con el dolor que la uña es arrancada de la carne, así yo me separaré de Beatriz”. Así también de la misma manera, y aún con desgarramiento más agudo nos separaremos nosotros de la vida. Todos tenemos una cita con el destino, estamos de paso en esta tierra y tenemos que caminar ligeros de equipaje. Nos espeluzna contemplar el frío cadáver que se vela en una funeraria, pensando que todo termina en el ataúd, bajo el negro catafalco, en la tétrica fosa y bajo los pocos pies de tierra que nos echan encima como la última cobertura de este mundo. El famoso Rubén Darío solía decir: “No son muertos los que disfrutan de la tumba fría, muertos son los que tienen muerta el alma y aun viven todavía”.

¿Cómo está su alma? ¿Se esfuerza cada día por vivir la vida en su profundidad, haciendo el bien? No olvide lo que alguna vez dijo el poeta: “Cuando tú naciste /todos sonreían /y tú llorabas. /Vive de tal manera que cuando tú mueras /todos lloren y tú sonrías”.

POR: Luis Fernando Revelo

Con enorme gracejo el excelso fabulista francés Jean de Lafontaine cuenta que: Un desdichado llamaba todos los días en su ayuda a la muerte. “¡Oh muerte! exclamaba, /¡cuán agradable me pareces! /Ven pronto y pon fin a mis infortunios. /La muerte creyó que le haría un verdadero favor, y acudió al momento. /Llamó a la puerta, entró y se le presentó. /“¿Qué veo?, exclamó el desdichado; /llevaos ese espectro; ¡cuán espantoso es! /Su presencia me aterra y horroriza. /¡No te acerques, oh muerte! ¡retírate pronto!”.

A quién no le horroriza la muerte. Nadie puede soslayar esta tremenda realidad de que tenemos que morir. Nos aferramos a la vida, pensamos que somos eternos, que jamás nos presentaremos ante el Tribunal de Cristo para rendirle cuentas de nuestros actos. En cierto lugar de la “Divina Comedia”, el gran Dante subraya: “Con el dolor que la uña es arrancada de la carne, así yo me separaré de Beatriz”. Así también de la misma manera, y aún con desgarramiento más agudo nos separaremos nosotros de la vida. Todos tenemos una cita con el destino, estamos de paso en esta tierra y tenemos que caminar ligeros de equipaje. Nos espeluzna contemplar el frío cadáver que se vela en una funeraria, pensando que todo termina en el ataúd, bajo el negro catafalco, en la tétrica fosa y bajo los pocos pies de tierra que nos echan encima como la última cobertura de este mundo. El famoso Rubén Darío solía decir: “No son muertos los que disfrutan de la tumba fría, muertos son los que tienen muerta el alma y aun viven todavía”.

¿Cómo está su alma? ¿Se esfuerza cada día por vivir la vida en su profundidad, haciendo el bien? No olvide lo que alguna vez dijo el poeta: “Cuando tú naciste /todos sonreían /y tú llorabas. /Vive de tal manera que cuando tú mueras /todos lloren y tú sonrías”.

POR: Luis Fernando Revelo

Con enorme gracejo el excelso fabulista francés Jean de Lafontaine cuenta que: Un desdichado llamaba todos los días en su ayuda a la muerte. “¡Oh muerte! exclamaba, /¡cuán agradable me pareces! /Ven pronto y pon fin a mis infortunios. /La muerte creyó que le haría un verdadero favor, y acudió al momento. /Llamó a la puerta, entró y se le presentó. /“¿Qué veo?, exclamó el desdichado; /llevaos ese espectro; ¡cuán espantoso es! /Su presencia me aterra y horroriza. /¡No te acerques, oh muerte! ¡retírate pronto!”.

A quién no le horroriza la muerte. Nadie puede soslayar esta tremenda realidad de que tenemos que morir. Nos aferramos a la vida, pensamos que somos eternos, que jamás nos presentaremos ante el Tribunal de Cristo para rendirle cuentas de nuestros actos. En cierto lugar de la “Divina Comedia”, el gran Dante subraya: “Con el dolor que la uña es arrancada de la carne, así yo me separaré de Beatriz”. Así también de la misma manera, y aún con desgarramiento más agudo nos separaremos nosotros de la vida. Todos tenemos una cita con el destino, estamos de paso en esta tierra y tenemos que caminar ligeros de equipaje. Nos espeluzna contemplar el frío cadáver que se vela en una funeraria, pensando que todo termina en el ataúd, bajo el negro catafalco, en la tétrica fosa y bajo los pocos pies de tierra que nos echan encima como la última cobertura de este mundo. El famoso Rubén Darío solía decir: “No son muertos los que disfrutan de la tumba fría, muertos son los que tienen muerta el alma y aun viven todavía”.

¿Cómo está su alma? ¿Se esfuerza cada día por vivir la vida en su profundidad, haciendo el bien? No olvide lo que alguna vez dijo el poeta: “Cuando tú naciste /todos sonreían /y tú llorabas. /Vive de tal manera que cuando tú mueras /todos lloren y tú sonrías”.