Saberes ancestrales atraen a los jóvenes en Esmeraldas

IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.

Redacción ESMERALDAS

La ‘Provincia verde’ tiene una variedad de leyendas y saberes ancestrales que son parte de su cultura y se niegan a desaparecer.

‘La Tunda’, por ejemplo, es un personaje de la mitología esmeraldeña, que se encuentra en decenas de libros y ahora los profesores quieren enseñar sobre esa mítica mujer fea.

“La idea no es asustarlos”, aclara la profesora Cristina Guanoluisa, de la escuela fiscomisional Madre del Salvador. Explica que esas creencias fueron utilizadas por los abuelos como una de las formas de inculcar valores y respeto al adulto; siempre se les decía: “Si te portas mal, ‘La Tunda’ con su pata de molinillo te va a llevar”.

Y no es lo único que estaba en la mente de las ancianos de los pueblos negros. También maceraban diferentes tipos de hojas de árboles y las guardaban en frascos de vidrio. Las mezclas, que incluían alcohol, las dejaban por varios días en lugares oscuros “para que no se escapara la energía”. Después, usaban el contenido para curaciones y hasta como perfumes.

Etnoeducación
En las 10 escuelas guardianas de los saberes ancestrales de Esmeraldas, donde se fomenta la etnoeducación, se habla mucho sobre cómo hacer de las hierbas un aliado estratégico para curar el mal de ojo, el espanto y el mal de aire, entre otros.

La unidad educativa Walter Quiñónez Sevilla forma parte de este grupo. Allí estudia Carlos Julio y Ámbar Andrade, quien dice que le llama la atención la forma en que sus ancestros utilizaban el calabazo (fruto de la planta de mate al que se le extrae la pulpa) para guardar las semillas y transportar agua desde el río.

Además, se maravilla al escuchar el sonido del bombo, la marimba cununo y el guasá.

“Naranja con canela para desestresar; vinagre, chillangua y albaca para aliñar el pescado, son algunos de los macerados caseros de nuestros abuelas”, detalla Carlos. La gente del campo no solo utilizaba esas hierbas y montes, sino que aprendió a darle valor agregado a los productos.

Redacción ESMERALDAS

La ‘Provincia verde’ tiene una variedad de leyendas y saberes ancestrales que son parte de su cultura y se niegan a desaparecer.

‘La Tunda’, por ejemplo, es un personaje de la mitología esmeraldeña, que se encuentra en decenas de libros y ahora los profesores quieren enseñar sobre esa mítica mujer fea.

“La idea no es asustarlos”, aclara la profesora Cristina Guanoluisa, de la escuela fiscomisional Madre del Salvador. Explica que esas creencias fueron utilizadas por los abuelos como una de las formas de inculcar valores y respeto al adulto; siempre se les decía: “Si te portas mal, ‘La Tunda’ con su pata de molinillo te va a llevar”.

Y no es lo único que estaba en la mente de las ancianos de los pueblos negros. También maceraban diferentes tipos de hojas de árboles y las guardaban en frascos de vidrio. Las mezclas, que incluían alcohol, las dejaban por varios días en lugares oscuros “para que no se escapara la energía”. Después, usaban el contenido para curaciones y hasta como perfumes.

Etnoeducación
En las 10 escuelas guardianas de los saberes ancestrales de Esmeraldas, donde se fomenta la etnoeducación, se habla mucho sobre cómo hacer de las hierbas un aliado estratégico para curar el mal de ojo, el espanto y el mal de aire, entre otros.

La unidad educativa Walter Quiñónez Sevilla forma parte de este grupo. Allí estudia Carlos Julio y Ámbar Andrade, quien dice que le llama la atención la forma en que sus ancestros utilizaban el calabazo (fruto de la planta de mate al que se le extrae la pulpa) para guardar las semillas y transportar agua desde el río.

Además, se maravilla al escuchar el sonido del bombo, la marimba cununo y el guasá.

“Naranja con canela para desestresar; vinagre, chillangua y albaca para aliñar el pescado, son algunos de los macerados caseros de nuestros abuelas”, detalla Carlos. La gente del campo no solo utilizaba esas hierbas y montes, sino que aprendió a darle valor agregado a los productos.

Redacción ESMERALDAS

La ‘Provincia verde’ tiene una variedad de leyendas y saberes ancestrales que son parte de su cultura y se niegan a desaparecer.

‘La Tunda’, por ejemplo, es un personaje de la mitología esmeraldeña, que se encuentra en decenas de libros y ahora los profesores quieren enseñar sobre esa mítica mujer fea.

“La idea no es asustarlos”, aclara la profesora Cristina Guanoluisa, de la escuela fiscomisional Madre del Salvador. Explica que esas creencias fueron utilizadas por los abuelos como una de las formas de inculcar valores y respeto al adulto; siempre se les decía: “Si te portas mal, ‘La Tunda’ con su pata de molinillo te va a llevar”.

Y no es lo único que estaba en la mente de las ancianos de los pueblos negros. También maceraban diferentes tipos de hojas de árboles y las guardaban en frascos de vidrio. Las mezclas, que incluían alcohol, las dejaban por varios días en lugares oscuros “para que no se escapara la energía”. Después, usaban el contenido para curaciones y hasta como perfumes.

Etnoeducación
En las 10 escuelas guardianas de los saberes ancestrales de Esmeraldas, donde se fomenta la etnoeducación, se habla mucho sobre cómo hacer de las hierbas un aliado estratégico para curar el mal de ojo, el espanto y el mal de aire, entre otros.

La unidad educativa Walter Quiñónez Sevilla forma parte de este grupo. Allí estudia Carlos Julio y Ámbar Andrade, quien dice que le llama la atención la forma en que sus ancestros utilizaban el calabazo (fruto de la planta de mate al que se le extrae la pulpa) para guardar las semillas y transportar agua desde el río.

Además, se maravilla al escuchar el sonido del bombo, la marimba cununo y el guasá.

“Naranja con canela para desestresar; vinagre, chillangua y albaca para aliñar el pescado, son algunos de los macerados caseros de nuestros abuelas”, detalla Carlos. La gente del campo no solo utilizaba esas hierbas y montes, sino que aprendió a darle valor agregado a los productos.

Redacción ESMERALDAS

La ‘Provincia verde’ tiene una variedad de leyendas y saberes ancestrales que son parte de su cultura y se niegan a desaparecer.

‘La Tunda’, por ejemplo, es un personaje de la mitología esmeraldeña, que se encuentra en decenas de libros y ahora los profesores quieren enseñar sobre esa mítica mujer fea.

“La idea no es asustarlos”, aclara la profesora Cristina Guanoluisa, de la escuela fiscomisional Madre del Salvador. Explica que esas creencias fueron utilizadas por los abuelos como una de las formas de inculcar valores y respeto al adulto; siempre se les decía: “Si te portas mal, ‘La Tunda’ con su pata de molinillo te va a llevar”.

Y no es lo único que estaba en la mente de las ancianos de los pueblos negros. También maceraban diferentes tipos de hojas de árboles y las guardaban en frascos de vidrio. Las mezclas, que incluían alcohol, las dejaban por varios días en lugares oscuros “para que no se escapara la energía”. Después, usaban el contenido para curaciones y hasta como perfumes.

Etnoeducación
En las 10 escuelas guardianas de los saberes ancestrales de Esmeraldas, donde se fomenta la etnoeducación, se habla mucho sobre cómo hacer de las hierbas un aliado estratégico para curar el mal de ojo, el espanto y el mal de aire, entre otros.

La unidad educativa Walter Quiñónez Sevilla forma parte de este grupo. Allí estudia Carlos Julio y Ámbar Andrade, quien dice que le llama la atención la forma en que sus ancestros utilizaban el calabazo (fruto de la planta de mate al que se le extrae la pulpa) para guardar las semillas y transportar agua desde el río.

Además, se maravilla al escuchar el sonido del bombo, la marimba cununo y el guasá.

“Naranja con canela para desestresar; vinagre, chillangua y albaca para aliñar el pescado, son algunos de los macerados caseros de nuestros abuelas”, detalla Carlos. La gente del campo no solo utilizaba esas hierbas y montes, sino que aprendió a darle valor agregado a los productos.

IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.
IDENTIDAD. Ámbar Andrade muestra algunos de los enseres que utilizaban los antepasados para sus quehaceres.

Colada
Uno de los productos que más se encontraba en las vegas; es decir, en los lugares cercanos a los ríos, era el plátano, usado en gran medida para acompañar los platos como el tapao y encocao.

Nahomi Cando Toasa, estudiante de la escuela Madre del Salvador, junto con sus compañeros, crearon un invernadero para simular la forma en que se secaba el plátano, que luego era molido y transformado en harina.

“Después de que el plátano está seco se lo muele y queda una harina, con esa se hace la colada”, detalla Nahomi, y agrega que con una piedra caliza, dentro del invernadero, se logra un secado más rápido que sobre una hoja de zinc. (MGQ)

Leyenda de ‘La Tunda’
° ‘La Tunda’ era una mujer muy fea, que tenía una pata de molinillo o de raíz de un árbol y la otra como la de un bebé. Se llevaba a los niños no bautizados y a los desobedientes. Este es un mito propio de las zonas que poseen costa en el Océano Pacífico.

Cuentan que también se hace cargo de los maridos trasnochadores e infieles y de los jóvenes hombres o mujeres, con mal comportamiento. Se va con ellos hacia los confines del monte para convertirlos en sus amantes. Ella engañaba a sus víctimas tomando la apariencia de sus madres u otro ser querido para que la siguieran al monte. En sus dominios, los alimentaba con camarones y cangrejos. Con sus malos olores emboba a sus víctimas y les sacaba sangre.

Orgullosos de su cultura
° Lenny Bennett Lastra es de las mujeres negras que ama sus raíces. En su día a día luce su turbante. Tiene varios ‘hermanos’ afros que trabajan en las escuelas y fuera de ellas en el tema de la etnoeducación, como una forma de equidad, pero, sobre todo, para no dejar morir las costumbres y las tradiciones de su pueblo de origen africano.

“Nuestras abuelas tenían conocimientos empíricos, pero eran muy sabias. Utilizaban muy bien todo lo que estaba en la naturaleza”, destaca la mujer, quien usa como perfume la fusión de varios montes, como la menta con la canela.

Colada
Uno de los productos que más se encontraba en las vegas; es decir, en los lugares cercanos a los ríos, era el plátano, usado en gran medida para acompañar los platos como el tapao y encocao.

Nahomi Cando Toasa, estudiante de la escuela Madre del Salvador, junto con sus compañeros, crearon un invernadero para simular la forma en que se secaba el plátano, que luego era molido y transformado en harina.

“Después de que el plátano está seco se lo muele y queda una harina, con esa se hace la colada”, detalla Nahomi, y agrega que con una piedra caliza, dentro del invernadero, se logra un secado más rápido que sobre una hoja de zinc. (MGQ)

Leyenda de ‘La Tunda’
° ‘La Tunda’ era una mujer muy fea, que tenía una pata de molinillo o de raíz de un árbol y la otra como la de un bebé. Se llevaba a los niños no bautizados y a los desobedientes. Este es un mito propio de las zonas que poseen costa en el Océano Pacífico.

Cuentan que también se hace cargo de los maridos trasnochadores e infieles y de los jóvenes hombres o mujeres, con mal comportamiento. Se va con ellos hacia los confines del monte para convertirlos en sus amantes. Ella engañaba a sus víctimas tomando la apariencia de sus madres u otro ser querido para que la siguieran al monte. En sus dominios, los alimentaba con camarones y cangrejos. Con sus malos olores emboba a sus víctimas y les sacaba sangre.

Orgullosos de su cultura
° Lenny Bennett Lastra es de las mujeres negras que ama sus raíces. En su día a día luce su turbante. Tiene varios ‘hermanos’ afros que trabajan en las escuelas y fuera de ellas en el tema de la etnoeducación, como una forma de equidad, pero, sobre todo, para no dejar morir las costumbres y las tradiciones de su pueblo de origen africano.

“Nuestras abuelas tenían conocimientos empíricos, pero eran muy sabias. Utilizaban muy bien todo lo que estaba en la naturaleza”, destaca la mujer, quien usa como perfume la fusión de varios montes, como la menta con la canela.

Colada
Uno de los productos que más se encontraba en las vegas; es decir, en los lugares cercanos a los ríos, era el plátano, usado en gran medida para acompañar los platos como el tapao y encocao.

Nahomi Cando Toasa, estudiante de la escuela Madre del Salvador, junto con sus compañeros, crearon un invernadero para simular la forma en que se secaba el plátano, que luego era molido y transformado en harina.

“Después de que el plátano está seco se lo muele y queda una harina, con esa se hace la colada”, detalla Nahomi, y agrega que con una piedra caliza, dentro del invernadero, se logra un secado más rápido que sobre una hoja de zinc. (MGQ)

Leyenda de ‘La Tunda’
° ‘La Tunda’ era una mujer muy fea, que tenía una pata de molinillo o de raíz de un árbol y la otra como la de un bebé. Se llevaba a los niños no bautizados y a los desobedientes. Este es un mito propio de las zonas que poseen costa en el Océano Pacífico.

Cuentan que también se hace cargo de los maridos trasnochadores e infieles y de los jóvenes hombres o mujeres, con mal comportamiento. Se va con ellos hacia los confines del monte para convertirlos en sus amantes. Ella engañaba a sus víctimas tomando la apariencia de sus madres u otro ser querido para que la siguieran al monte. En sus dominios, los alimentaba con camarones y cangrejos. Con sus malos olores emboba a sus víctimas y les sacaba sangre.

Orgullosos de su cultura
° Lenny Bennett Lastra es de las mujeres negras que ama sus raíces. En su día a día luce su turbante. Tiene varios ‘hermanos’ afros que trabajan en las escuelas y fuera de ellas en el tema de la etnoeducación, como una forma de equidad, pero, sobre todo, para no dejar morir las costumbres y las tradiciones de su pueblo de origen africano.

“Nuestras abuelas tenían conocimientos empíricos, pero eran muy sabias. Utilizaban muy bien todo lo que estaba en la naturaleza”, destaca la mujer, quien usa como perfume la fusión de varios montes, como la menta con la canela.

Colada
Uno de los productos que más se encontraba en las vegas; es decir, en los lugares cercanos a los ríos, era el plátano, usado en gran medida para acompañar los platos como el tapao y encocao.

Nahomi Cando Toasa, estudiante de la escuela Madre del Salvador, junto con sus compañeros, crearon un invernadero para simular la forma en que se secaba el plátano, que luego era molido y transformado en harina.

“Después de que el plátano está seco se lo muele y queda una harina, con esa se hace la colada”, detalla Nahomi, y agrega que con una piedra caliza, dentro del invernadero, se logra un secado más rápido que sobre una hoja de zinc. (MGQ)

Leyenda de ‘La Tunda’
° ‘La Tunda’ era una mujer muy fea, que tenía una pata de molinillo o de raíz de un árbol y la otra como la de un bebé. Se llevaba a los niños no bautizados y a los desobedientes. Este es un mito propio de las zonas que poseen costa en el Océano Pacífico.

Cuentan que también se hace cargo de los maridos trasnochadores e infieles y de los jóvenes hombres o mujeres, con mal comportamiento. Se va con ellos hacia los confines del monte para convertirlos en sus amantes. Ella engañaba a sus víctimas tomando la apariencia de sus madres u otro ser querido para que la siguieran al monte. En sus dominios, los alimentaba con camarones y cangrejos. Con sus malos olores emboba a sus víctimas y les sacaba sangre.

Orgullosos de su cultura
° Lenny Bennett Lastra es de las mujeres negras que ama sus raíces. En su día a día luce su turbante. Tiene varios ‘hermanos’ afros que trabajan en las escuelas y fuera de ellas en el tema de la etnoeducación, como una forma de equidad, pero, sobre todo, para no dejar morir las costumbres y las tradiciones de su pueblo de origen africano.

“Nuestras abuelas tenían conocimientos empíricos, pero eran muy sabias. Utilizaban muy bien todo lo que estaba en la naturaleza”, destaca la mujer, quien usa como perfume la fusión de varios montes, como la menta con la canela.