La pérdida de lo necesario

Pablo Vivanco Ordóñez

La idea del emprendimiento ha ganado terreno desde hace muchos años a nivel mundial, se han desarrollado actividades a su alrededor para incentivar al emprendimiento, a la innovación, al abandono de los “jefes” y legitimar aquella proclama de salir de la pobreza solo trabajando. Se afianzan en muchos casos denotados como ejemplares, que son en realidad excepciones.

Es válida y completamente respetable la iniciativa personal, sostenida, creativa, de decidir por el emprendimiento como una apuesta frente a la vida, frente a la necesidad. Sin embargo, hay exacerbaciones en el entorno de la idea, que terminan por fetichizar la autonomía personal, el éxito y su concomitante idea de ser felices. Esos nuevos formatos ideales de vida crean nuevos valores que van hacia la defensa de lo individual por sobre lo colectivo, de desprecio de la política como ejercicio genuino de proposición efectiva de respuestas a las grandes necesidades del mundo.

En medio de la batahola levantada en varios espacios –inclusive el educativo, porque los modelos educativos están mutando hacia el modelo pedagógico de proyectos (que evidentemente aspira a un nuevo prototipo de ciudadano, con menor aptitud para el trabajo intelectual o académico por ejemplo)- se privilegia la idea del éxito como el resultado de tener condiciones materiales que permitan comodidad, absoluta independencia de los “otros”, del mundo, y la creación de nuevos encerramientos, que es en definitiva, una nueva forma de pensar y vivir la felicidad.

Una de las consecuencias –de las que aún no pueden aún emitirse juicios de valor- es la superposición de la “forma empresa” que pregona la ganancia ilimitada, el beneficio personal, el desprecio de la historia por el privilegio de la técnica, los nuevos desarrollados siempre ligados a la expansión de fronteras tecnológica, la inteligencia artificial, etc. En medio de todo eso, no hay un ser humano que deba ser defendido, solo hay ciudadanos y sujetos que procuran una sobrevivencia aún en el desastre de los demás. (O)

[email protected]

Pablo Vivanco Ordóñez

La idea del emprendimiento ha ganado terreno desde hace muchos años a nivel mundial, se han desarrollado actividades a su alrededor para incentivar al emprendimiento, a la innovación, al abandono de los “jefes” y legitimar aquella proclama de salir de la pobreza solo trabajando. Se afianzan en muchos casos denotados como ejemplares, que son en realidad excepciones.

Es válida y completamente respetable la iniciativa personal, sostenida, creativa, de decidir por el emprendimiento como una apuesta frente a la vida, frente a la necesidad. Sin embargo, hay exacerbaciones en el entorno de la idea, que terminan por fetichizar la autonomía personal, el éxito y su concomitante idea de ser felices. Esos nuevos formatos ideales de vida crean nuevos valores que van hacia la defensa de lo individual por sobre lo colectivo, de desprecio de la política como ejercicio genuino de proposición efectiva de respuestas a las grandes necesidades del mundo.

En medio de la batahola levantada en varios espacios –inclusive el educativo, porque los modelos educativos están mutando hacia el modelo pedagógico de proyectos (que evidentemente aspira a un nuevo prototipo de ciudadano, con menor aptitud para el trabajo intelectual o académico por ejemplo)- se privilegia la idea del éxito como el resultado de tener condiciones materiales que permitan comodidad, absoluta independencia de los “otros”, del mundo, y la creación de nuevos encerramientos, que es en definitiva, una nueva forma de pensar y vivir la felicidad.

Una de las consecuencias –de las que aún no pueden aún emitirse juicios de valor- es la superposición de la “forma empresa” que pregona la ganancia ilimitada, el beneficio personal, el desprecio de la historia por el privilegio de la técnica, los nuevos desarrollados siempre ligados a la expansión de fronteras tecnológica, la inteligencia artificial, etc. En medio de todo eso, no hay un ser humano que deba ser defendido, solo hay ciudadanos y sujetos que procuran una sobrevivencia aún en el desastre de los demás. (O)

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Pablo Vivanco Ordóñez

La idea del emprendimiento ha ganado terreno desde hace muchos años a nivel mundial, se han desarrollado actividades a su alrededor para incentivar al emprendimiento, a la innovación, al abandono de los “jefes” y legitimar aquella proclama de salir de la pobreza solo trabajando. Se afianzan en muchos casos denotados como ejemplares, que son en realidad excepciones.

Es válida y completamente respetable la iniciativa personal, sostenida, creativa, de decidir por el emprendimiento como una apuesta frente a la vida, frente a la necesidad. Sin embargo, hay exacerbaciones en el entorno de la idea, que terminan por fetichizar la autonomía personal, el éxito y su concomitante idea de ser felices. Esos nuevos formatos ideales de vida crean nuevos valores que van hacia la defensa de lo individual por sobre lo colectivo, de desprecio de la política como ejercicio genuino de proposición efectiva de respuestas a las grandes necesidades del mundo.

En medio de la batahola levantada en varios espacios –inclusive el educativo, porque los modelos educativos están mutando hacia el modelo pedagógico de proyectos (que evidentemente aspira a un nuevo prototipo de ciudadano, con menor aptitud para el trabajo intelectual o académico por ejemplo)- se privilegia la idea del éxito como el resultado de tener condiciones materiales que permitan comodidad, absoluta independencia de los “otros”, del mundo, y la creación de nuevos encerramientos, que es en definitiva, una nueva forma de pensar y vivir la felicidad.

Una de las consecuencias –de las que aún no pueden aún emitirse juicios de valor- es la superposición de la “forma empresa” que pregona la ganancia ilimitada, el beneficio personal, el desprecio de la historia por el privilegio de la técnica, los nuevos desarrollados siempre ligados a la expansión de fronteras tecnológica, la inteligencia artificial, etc. En medio de todo eso, no hay un ser humano que deba ser defendido, solo hay ciudadanos y sujetos que procuran una sobrevivencia aún en el desastre de los demás. (O)

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Pablo Vivanco Ordóñez

La idea del emprendimiento ha ganado terreno desde hace muchos años a nivel mundial, se han desarrollado actividades a su alrededor para incentivar al emprendimiento, a la innovación, al abandono de los “jefes” y legitimar aquella proclama de salir de la pobreza solo trabajando. Se afianzan en muchos casos denotados como ejemplares, que son en realidad excepciones.

Es válida y completamente respetable la iniciativa personal, sostenida, creativa, de decidir por el emprendimiento como una apuesta frente a la vida, frente a la necesidad. Sin embargo, hay exacerbaciones en el entorno de la idea, que terminan por fetichizar la autonomía personal, el éxito y su concomitante idea de ser felices. Esos nuevos formatos ideales de vida crean nuevos valores que van hacia la defensa de lo individual por sobre lo colectivo, de desprecio de la política como ejercicio genuino de proposición efectiva de respuestas a las grandes necesidades del mundo.

En medio de la batahola levantada en varios espacios –inclusive el educativo, porque los modelos educativos están mutando hacia el modelo pedagógico de proyectos (que evidentemente aspira a un nuevo prototipo de ciudadano, con menor aptitud para el trabajo intelectual o académico por ejemplo)- se privilegia la idea del éxito como el resultado de tener condiciones materiales que permitan comodidad, absoluta independencia de los “otros”, del mundo, y la creación de nuevos encerramientos, que es en definitiva, una nueva forma de pensar y vivir la felicidad.

Una de las consecuencias –de las que aún no pueden aún emitirse juicios de valor- es la superposición de la “forma empresa” que pregona la ganancia ilimitada, el beneficio personal, el desprecio de la historia por el privilegio de la técnica, los nuevos desarrollados siempre ligados a la expansión de fronteras tecnológica, la inteligencia artificial, etc. En medio de todo eso, no hay un ser humano que deba ser defendido, solo hay ciudadanos y sujetos que procuran una sobrevivencia aún en el desastre de los demás. (O)

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