El ecuatoriano VII

Para las generaciones adultas, la droga es una depravación de los chicos o un vicio de los ricos. El ecuatoriano que odia la droga se está drogando a todas horas de tabaco, café, cerveza, fútbol y algunos, como el suscrito, de política. Los ecuatorianos mayores de cincuenta años ven eso de la droga como una cosa de chicos maleducados y pelucones. Sin embargo, el ecuatoriano promedio no constituye, ni mucho menos, un pueblo sobrio. La primera droga nacional es el tabaco, seguida inmediatamente del café y el alcohol. Lo que pasa es que se trata de drogas legales, e incluso rituales. En mi juventud –cada vez más lejana- uno no era hombre hasta que no empezaba a fumar y se pegaba la primera borrachera. Otros iban más lejos, hasta las casas de cita –nombre romántico con los que se designaba a los prostíbulos-. Muchos empezamos a fumar cigarrillos de chocolate con hielo seco, que vendían en las tiendas de barrio, para impresionar a la “bebé amorosa de diez o doce años” –como diría el poeta de la generación decapitada-. Luego, la mayoría se pasaron a la nicotina y al cáncer.

En cuanto al café, los ecuatorianos somos sin duda un pueblo bastante consumidor de café. Nuestro café es el té de los ingleses, quienes toman mucho té, que es exactamente lo mismo que tomar té, con iguales virtudes y venenos, incluso que han inspirado canciones como aquella de doble sentido que dice más o menos así: “no puedo tomar café solo puedo tomar té…”. Los ingleses toman té ritual y formalmente, en tanto que los ecuatorianos tomamos café desordenadamente, a cualquier hora, o mejor a deshora, sin ritos ni parafernalias.

El alcohol, en Ecuador, se reviste mayormente de nombre de ave y color, recibiendo el ecológico nombre de “pájaro azul” debido a la refracción del firmamento a través de este aguardiente. Continuará.

Para las generaciones adultas, la droga es una depravación de los chicos o un vicio de los ricos. El ecuatoriano que odia la droga se está drogando a todas horas de tabaco, café, cerveza, fútbol y algunos, como el suscrito, de política. Los ecuatorianos mayores de cincuenta años ven eso de la droga como una cosa de chicos maleducados y pelucones. Sin embargo, el ecuatoriano promedio no constituye, ni mucho menos, un pueblo sobrio. La primera droga nacional es el tabaco, seguida inmediatamente del café y el alcohol. Lo que pasa es que se trata de drogas legales, e incluso rituales. En mi juventud –cada vez más lejana- uno no era hombre hasta que no empezaba a fumar y se pegaba la primera borrachera. Otros iban más lejos, hasta las casas de cita –nombre romántico con los que se designaba a los prostíbulos-. Muchos empezamos a fumar cigarrillos de chocolate con hielo seco, que vendían en las tiendas de barrio, para impresionar a la “bebé amorosa de diez o doce años” –como diría el poeta de la generación decapitada-. Luego, la mayoría se pasaron a la nicotina y al cáncer.

En cuanto al café, los ecuatorianos somos sin duda un pueblo bastante consumidor de café. Nuestro café es el té de los ingleses, quienes toman mucho té, que es exactamente lo mismo que tomar té, con iguales virtudes y venenos, incluso que han inspirado canciones como aquella de doble sentido que dice más o menos así: “no puedo tomar café solo puedo tomar té…”. Los ingleses toman té ritual y formalmente, en tanto que los ecuatorianos tomamos café desordenadamente, a cualquier hora, o mejor a deshora, sin ritos ni parafernalias.

El alcohol, en Ecuador, se reviste mayormente de nombre de ave y color, recibiendo el ecológico nombre de “pájaro azul” debido a la refracción del firmamento a través de este aguardiente. Continuará.

Para las generaciones adultas, la droga es una depravación de los chicos o un vicio de los ricos. El ecuatoriano que odia la droga se está drogando a todas horas de tabaco, café, cerveza, fútbol y algunos, como el suscrito, de política. Los ecuatorianos mayores de cincuenta años ven eso de la droga como una cosa de chicos maleducados y pelucones. Sin embargo, el ecuatoriano promedio no constituye, ni mucho menos, un pueblo sobrio. La primera droga nacional es el tabaco, seguida inmediatamente del café y el alcohol. Lo que pasa es que se trata de drogas legales, e incluso rituales. En mi juventud –cada vez más lejana- uno no era hombre hasta que no empezaba a fumar y se pegaba la primera borrachera. Otros iban más lejos, hasta las casas de cita –nombre romántico con los que se designaba a los prostíbulos-. Muchos empezamos a fumar cigarrillos de chocolate con hielo seco, que vendían en las tiendas de barrio, para impresionar a la “bebé amorosa de diez o doce años” –como diría el poeta de la generación decapitada-. Luego, la mayoría se pasaron a la nicotina y al cáncer.

En cuanto al café, los ecuatorianos somos sin duda un pueblo bastante consumidor de café. Nuestro café es el té de los ingleses, quienes toman mucho té, que es exactamente lo mismo que tomar té, con iguales virtudes y venenos, incluso que han inspirado canciones como aquella de doble sentido que dice más o menos así: “no puedo tomar café solo puedo tomar té…”. Los ingleses toman té ritual y formalmente, en tanto que los ecuatorianos tomamos café desordenadamente, a cualquier hora, o mejor a deshora, sin ritos ni parafernalias.

El alcohol, en Ecuador, se reviste mayormente de nombre de ave y color, recibiendo el ecológico nombre de “pájaro azul” debido a la refracción del firmamento a través de este aguardiente. Continuará.

Para las generaciones adultas, la droga es una depravación de los chicos o un vicio de los ricos. El ecuatoriano que odia la droga se está drogando a todas horas de tabaco, café, cerveza, fútbol y algunos, como el suscrito, de política. Los ecuatorianos mayores de cincuenta años ven eso de la droga como una cosa de chicos maleducados y pelucones. Sin embargo, el ecuatoriano promedio no constituye, ni mucho menos, un pueblo sobrio. La primera droga nacional es el tabaco, seguida inmediatamente del café y el alcohol. Lo que pasa es que se trata de drogas legales, e incluso rituales. En mi juventud –cada vez más lejana- uno no era hombre hasta que no empezaba a fumar y se pegaba la primera borrachera. Otros iban más lejos, hasta las casas de cita –nombre romántico con los que se designaba a los prostíbulos-. Muchos empezamos a fumar cigarrillos de chocolate con hielo seco, que vendían en las tiendas de barrio, para impresionar a la “bebé amorosa de diez o doce años” –como diría el poeta de la generación decapitada-. Luego, la mayoría se pasaron a la nicotina y al cáncer.

En cuanto al café, los ecuatorianos somos sin duda un pueblo bastante consumidor de café. Nuestro café es el té de los ingleses, quienes toman mucho té, que es exactamente lo mismo que tomar té, con iguales virtudes y venenos, incluso que han inspirado canciones como aquella de doble sentido que dice más o menos así: “no puedo tomar café solo puedo tomar té…”. Los ingleses toman té ritual y formalmente, en tanto que los ecuatorianos tomamos café desordenadamente, a cualquier hora, o mejor a deshora, sin ritos ni parafernalias.

El alcohol, en Ecuador, se reviste mayormente de nombre de ave y color, recibiendo el ecológico nombre de “pájaro azul” debido a la refracción del firmamento a través de este aguardiente. Continuará.