¿Mejor luego de una revolución?

Roberto Álvarez Quiñones

Desde 1848 tuvieron lugar las últimas revoluciones sociales liberales, en Francia, Alemania, Italia, Austria, Polonia, Moldavia, Valaquia (parte sur de Rumania), y Hungría. Llamadas también la “primavera de los pueblos”, dieron el golpe final en Europa a las monarquías absolutas que se habían reinstalado durante la restauración monárquica posnapoleónica. Hicieron posible que la Revolución Industrial (y liberal) nacida en Inglaterra se expandiera por toda Europa.

Desde entonces las revoluciones dejaron de ser liberales. Y solo es progresista una revolución que promueve libertades y derechos ciudadanos, e instituciones sólidas que garanticen esas libertades y el funcionamiento del libre mercado.

No es revolucionaria la que restringe libertades e impone al Estado como empresario único o mayoritario, asfixia u hostiga a la libre empresa, y subordina el individuo a un Estado “sabio”, omnipotente y omnipresente, que piensa y actúa por él. Y si obliga a los ciudadanos a emigrar ya Martí definió a ese régimen: “Cuando un pueblo emigra, sus gobernantes sobran”.

No hay mejor fórmula para abordar este tema que hacer una simple pregunta: ¿vive un pueblo mejor luego de una revolución? Fue el método que usé por haber vivido más de tres décadas una de las revoluciones más sonadas del siglo XX, la castrista. Hurgué en la historia de las más trascendentes revoluciones de los últimos cuatro siglos y medio: la Revuelta de los Países Bajos en el siglo XVI, la Revolución Gloriosa inglesa de 1688, la Revolución Francesa, las revoluciones liberales europeas de 1820, 1830 y sobre todo las de 1848, y la Comuna de París de 1871.

Casi todas desde mediados del siglo XIX han sido inútiles, un remedio peor que la enfermedad que pretendieron. Algunas fueron desmedidamente sangrientas. Todavía los mexicanos no saben si fueron 1,5 millones o dos millones los muertos, ni los rusos saben la cifra exacta de los suyos en sus respectivas revoluciones. Muchas, incluso, fueron contrarias al interés de los pueblos en nombre de los cuales se llevaron a cabo.

*Periodista cubano. Tomado de https://diariodecuba.com/

Roberto Álvarez Quiñones

Desde 1848 tuvieron lugar las últimas revoluciones sociales liberales, en Francia, Alemania, Italia, Austria, Polonia, Moldavia, Valaquia (parte sur de Rumania), y Hungría. Llamadas también la “primavera de los pueblos”, dieron el golpe final en Europa a las monarquías absolutas que se habían reinstalado durante la restauración monárquica posnapoleónica. Hicieron posible que la Revolución Industrial (y liberal) nacida en Inglaterra se expandiera por toda Europa.

Desde entonces las revoluciones dejaron de ser liberales. Y solo es progresista una revolución que promueve libertades y derechos ciudadanos, e instituciones sólidas que garanticen esas libertades y el funcionamiento del libre mercado.

No es revolucionaria la que restringe libertades e impone al Estado como empresario único o mayoritario, asfixia u hostiga a la libre empresa, y subordina el individuo a un Estado “sabio”, omnipotente y omnipresente, que piensa y actúa por él. Y si obliga a los ciudadanos a emigrar ya Martí definió a ese régimen: “Cuando un pueblo emigra, sus gobernantes sobran”.

No hay mejor fórmula para abordar este tema que hacer una simple pregunta: ¿vive un pueblo mejor luego de una revolución? Fue el método que usé por haber vivido más de tres décadas una de las revoluciones más sonadas del siglo XX, la castrista. Hurgué en la historia de las más trascendentes revoluciones de los últimos cuatro siglos y medio: la Revuelta de los Países Bajos en el siglo XVI, la Revolución Gloriosa inglesa de 1688, la Revolución Francesa, las revoluciones liberales europeas de 1820, 1830 y sobre todo las de 1848, y la Comuna de París de 1871.

Casi todas desde mediados del siglo XIX han sido inútiles, un remedio peor que la enfermedad que pretendieron. Algunas fueron desmedidamente sangrientas. Todavía los mexicanos no saben si fueron 1,5 millones o dos millones los muertos, ni los rusos saben la cifra exacta de los suyos en sus respectivas revoluciones. Muchas, incluso, fueron contrarias al interés de los pueblos en nombre de los cuales se llevaron a cabo.

*Periodista cubano. Tomado de https://diariodecuba.com/

Roberto Álvarez Quiñones

Desde 1848 tuvieron lugar las últimas revoluciones sociales liberales, en Francia, Alemania, Italia, Austria, Polonia, Moldavia, Valaquia (parte sur de Rumania), y Hungría. Llamadas también la “primavera de los pueblos”, dieron el golpe final en Europa a las monarquías absolutas que se habían reinstalado durante la restauración monárquica posnapoleónica. Hicieron posible que la Revolución Industrial (y liberal) nacida en Inglaterra se expandiera por toda Europa.

Desde entonces las revoluciones dejaron de ser liberales. Y solo es progresista una revolución que promueve libertades y derechos ciudadanos, e instituciones sólidas que garanticen esas libertades y el funcionamiento del libre mercado.

No es revolucionaria la que restringe libertades e impone al Estado como empresario único o mayoritario, asfixia u hostiga a la libre empresa, y subordina el individuo a un Estado “sabio”, omnipotente y omnipresente, que piensa y actúa por él. Y si obliga a los ciudadanos a emigrar ya Martí definió a ese régimen: “Cuando un pueblo emigra, sus gobernantes sobran”.

No hay mejor fórmula para abordar este tema que hacer una simple pregunta: ¿vive un pueblo mejor luego de una revolución? Fue el método que usé por haber vivido más de tres décadas una de las revoluciones más sonadas del siglo XX, la castrista. Hurgué en la historia de las más trascendentes revoluciones de los últimos cuatro siglos y medio: la Revuelta de los Países Bajos en el siglo XVI, la Revolución Gloriosa inglesa de 1688, la Revolución Francesa, las revoluciones liberales europeas de 1820, 1830 y sobre todo las de 1848, y la Comuna de París de 1871.

Casi todas desde mediados del siglo XIX han sido inútiles, un remedio peor que la enfermedad que pretendieron. Algunas fueron desmedidamente sangrientas. Todavía los mexicanos no saben si fueron 1,5 millones o dos millones los muertos, ni los rusos saben la cifra exacta de los suyos en sus respectivas revoluciones. Muchas, incluso, fueron contrarias al interés de los pueblos en nombre de los cuales se llevaron a cabo.

*Periodista cubano. Tomado de https://diariodecuba.com/

Roberto Álvarez Quiñones

Desde 1848 tuvieron lugar las últimas revoluciones sociales liberales, en Francia, Alemania, Italia, Austria, Polonia, Moldavia, Valaquia (parte sur de Rumania), y Hungría. Llamadas también la “primavera de los pueblos”, dieron el golpe final en Europa a las monarquías absolutas que se habían reinstalado durante la restauración monárquica posnapoleónica. Hicieron posible que la Revolución Industrial (y liberal) nacida en Inglaterra se expandiera por toda Europa.

Desde entonces las revoluciones dejaron de ser liberales. Y solo es progresista una revolución que promueve libertades y derechos ciudadanos, e instituciones sólidas que garanticen esas libertades y el funcionamiento del libre mercado.

No es revolucionaria la que restringe libertades e impone al Estado como empresario único o mayoritario, asfixia u hostiga a la libre empresa, y subordina el individuo a un Estado “sabio”, omnipotente y omnipresente, que piensa y actúa por él. Y si obliga a los ciudadanos a emigrar ya Martí definió a ese régimen: “Cuando un pueblo emigra, sus gobernantes sobran”.

No hay mejor fórmula para abordar este tema que hacer una simple pregunta: ¿vive un pueblo mejor luego de una revolución? Fue el método que usé por haber vivido más de tres décadas una de las revoluciones más sonadas del siglo XX, la castrista. Hurgué en la historia de las más trascendentes revoluciones de los últimos cuatro siglos y medio: la Revuelta de los Países Bajos en el siglo XVI, la Revolución Gloriosa inglesa de 1688, la Revolución Francesa, las revoluciones liberales europeas de 1820, 1830 y sobre todo las de 1848, y la Comuna de París de 1871.

Casi todas desde mediados del siglo XIX han sido inútiles, un remedio peor que la enfermedad que pretendieron. Algunas fueron desmedidamente sangrientas. Todavía los mexicanos no saben si fueron 1,5 millones o dos millones los muertos, ni los rusos saben la cifra exacta de los suyos en sus respectivas revoluciones. Muchas, incluso, fueron contrarias al interés de los pueblos en nombre de los cuales se llevaron a cabo.

*Periodista cubano. Tomado de https://diariodecuba.com/