Ni punto de comparación

MA. ALEJANDRA SALAZAR MURRIETA

En este año he tenido la oportunidad de viajar constantemente por algunas ciudades del país. Pequeños y grandes pueblos que han podido desarrollarse de la mano de un plan de ordenamiento; así como también de un manejo adecuado de sus recursos.

Hay ocasiones en las que he tenido la suerte de conversar con sus habitantes y, a través de sus relatos, puedo percibir el orgullo que sienten de sus coterráneos y autoridades, quienes se apoyan para engrandecer su territorio.

En esa parte es en donde empiezo a sentir una leve envidia, no de que ellos estén bien, sino de cómo pudieron lograr enfocarse en ese objetivo común. Y es allí donde puedo entender que no hay punto de comparación entre Esmeraldas y cualquier otro pueblo cercano.

¿Por qué se nos ha hecho tan difícil salir del subdesarrollo? ¿Cómo es que somos tan cercanos y pensamos tan distinto? Nadie dice que en otros lugares todo es color de rosa o que no existan problemas y no haya malos ciudadanos o pésimas autoridades, lo que sí salta a la vista es el deseo de ver crecer el lugar donde habitan sus hijos y eso es lo importante.

Es verdad que viajar y conocer es hermoso. Pero no hay mejor sensación que la de volver a casa. A veces regresamos con la ilusión de que las cosas mejoren, con el sueño de que aquí también se pueda implementar pequeños cambios que de a poco empiecen a hacer una gran ciudad. No hablo necesariamente de una metrópoli, sino aprender a reconocer en nuestras costumbres y tradiciones la forma de prosperar.

Estamos a puertas de un nuevo año y con él somos muchos los que deseamos para nuestra Esmeraldas y sus habitantes mejores días. Espero que nuestras autoridades sean tan soñadoras como nosotros y anhelen verla convertida quizá no en la joya augusta que menciona nuestro Himno, pero sí en una ciudad donde nos de gusto criar a nuestros hijos y envejecer tranquilos.

[email protected]

MA. ALEJANDRA SALAZAR MURRIETA

En este año he tenido la oportunidad de viajar constantemente por algunas ciudades del país. Pequeños y grandes pueblos que han podido desarrollarse de la mano de un plan de ordenamiento; así como también de un manejo adecuado de sus recursos.

Hay ocasiones en las que he tenido la suerte de conversar con sus habitantes y, a través de sus relatos, puedo percibir el orgullo que sienten de sus coterráneos y autoridades, quienes se apoyan para engrandecer su territorio.

En esa parte es en donde empiezo a sentir una leve envidia, no de que ellos estén bien, sino de cómo pudieron lograr enfocarse en ese objetivo común. Y es allí donde puedo entender que no hay punto de comparación entre Esmeraldas y cualquier otro pueblo cercano.

¿Por qué se nos ha hecho tan difícil salir del subdesarrollo? ¿Cómo es que somos tan cercanos y pensamos tan distinto? Nadie dice que en otros lugares todo es color de rosa o que no existan problemas y no haya malos ciudadanos o pésimas autoridades, lo que sí salta a la vista es el deseo de ver crecer el lugar donde habitan sus hijos y eso es lo importante.

Es verdad que viajar y conocer es hermoso. Pero no hay mejor sensación que la de volver a casa. A veces regresamos con la ilusión de que las cosas mejoren, con el sueño de que aquí también se pueda implementar pequeños cambios que de a poco empiecen a hacer una gran ciudad. No hablo necesariamente de una metrópoli, sino aprender a reconocer en nuestras costumbres y tradiciones la forma de prosperar.

Estamos a puertas de un nuevo año y con él somos muchos los que deseamos para nuestra Esmeraldas y sus habitantes mejores días. Espero que nuestras autoridades sean tan soñadoras como nosotros y anhelen verla convertida quizá no en la joya augusta que menciona nuestro Himno, pero sí en una ciudad donde nos de gusto criar a nuestros hijos y envejecer tranquilos.

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MA. ALEJANDRA SALAZAR MURRIETA

En este año he tenido la oportunidad de viajar constantemente por algunas ciudades del país. Pequeños y grandes pueblos que han podido desarrollarse de la mano de un plan de ordenamiento; así como también de un manejo adecuado de sus recursos.

Hay ocasiones en las que he tenido la suerte de conversar con sus habitantes y, a través de sus relatos, puedo percibir el orgullo que sienten de sus coterráneos y autoridades, quienes se apoyan para engrandecer su territorio.

En esa parte es en donde empiezo a sentir una leve envidia, no de que ellos estén bien, sino de cómo pudieron lograr enfocarse en ese objetivo común. Y es allí donde puedo entender que no hay punto de comparación entre Esmeraldas y cualquier otro pueblo cercano.

¿Por qué se nos ha hecho tan difícil salir del subdesarrollo? ¿Cómo es que somos tan cercanos y pensamos tan distinto? Nadie dice que en otros lugares todo es color de rosa o que no existan problemas y no haya malos ciudadanos o pésimas autoridades, lo que sí salta a la vista es el deseo de ver crecer el lugar donde habitan sus hijos y eso es lo importante.

Es verdad que viajar y conocer es hermoso. Pero no hay mejor sensación que la de volver a casa. A veces regresamos con la ilusión de que las cosas mejoren, con el sueño de que aquí también se pueda implementar pequeños cambios que de a poco empiecen a hacer una gran ciudad. No hablo necesariamente de una metrópoli, sino aprender a reconocer en nuestras costumbres y tradiciones la forma de prosperar.

Estamos a puertas de un nuevo año y con él somos muchos los que deseamos para nuestra Esmeraldas y sus habitantes mejores días. Espero que nuestras autoridades sean tan soñadoras como nosotros y anhelen verla convertida quizá no en la joya augusta que menciona nuestro Himno, pero sí en una ciudad donde nos de gusto criar a nuestros hijos y envejecer tranquilos.

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MA. ALEJANDRA SALAZAR MURRIETA

En este año he tenido la oportunidad de viajar constantemente por algunas ciudades del país. Pequeños y grandes pueblos que han podido desarrollarse de la mano de un plan de ordenamiento; así como también de un manejo adecuado de sus recursos.

Hay ocasiones en las que he tenido la suerte de conversar con sus habitantes y, a través de sus relatos, puedo percibir el orgullo que sienten de sus coterráneos y autoridades, quienes se apoyan para engrandecer su territorio.

En esa parte es en donde empiezo a sentir una leve envidia, no de que ellos estén bien, sino de cómo pudieron lograr enfocarse en ese objetivo común. Y es allí donde puedo entender que no hay punto de comparación entre Esmeraldas y cualquier otro pueblo cercano.

¿Por qué se nos ha hecho tan difícil salir del subdesarrollo? ¿Cómo es que somos tan cercanos y pensamos tan distinto? Nadie dice que en otros lugares todo es color de rosa o que no existan problemas y no haya malos ciudadanos o pésimas autoridades, lo que sí salta a la vista es el deseo de ver crecer el lugar donde habitan sus hijos y eso es lo importante.

Es verdad que viajar y conocer es hermoso. Pero no hay mejor sensación que la de volver a casa. A veces regresamos con la ilusión de que las cosas mejoren, con el sueño de que aquí también se pueda implementar pequeños cambios que de a poco empiecen a hacer una gran ciudad. No hablo necesariamente de una metrópoli, sino aprender a reconocer en nuestras costumbres y tradiciones la forma de prosperar.

Estamos a puertas de un nuevo año y con él somos muchos los que deseamos para nuestra Esmeraldas y sus habitantes mejores días. Espero que nuestras autoridades sean tan soñadoras como nosotros y anhelen verla convertida quizá no en la joya augusta que menciona nuestro Himno, pero sí en una ciudad donde nos de gusto criar a nuestros hijos y envejecer tranquilos.

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