El virus mata dos veces

Cuando un ser querido muere, el darle el último adiós, significa todo. El coronavirus, robó a los ecuatorianos la oportunidad de una despedida final y despojó a los fallecidos de su dignidad, agravando el dolor de quienes les sobreviven. La pandemia mató dos veces: primero le aísla de los seres queridos y luego no permite que nadie tenga un cierre emocional.

Son muchos sentimientos a la vez…Tristeza, pero también rabia, frustración, impotencia, culpa, sensación de abandono y soledad. En Guayaquil y otras ciudades del país, familiares sufren un duelo complejo: un duelo que necesita sus propios mecanismos y herramientas de afrontar, dolor para el que nadie nos preparó…ni a los que lo sufren directamente ni a quienes acompañan.

Entre desesperadas, desconcertadas y afligidas las autoridades del gobierno buscan dar explicaciones y tranquilizar a un gran número de personas qué, violando el aislamiento preventivo, reclaman ayuda para de forma digna enterrar a sus muertos.

La emergencia sanitaria qué por el coronavirus en Ecuador, impone restricciones en la movilidad así como reuniones de más de 30 personas para evitar su propagación, impide que los deudos de las víctimas mortales realicen rituales tradicionales para darles el último adiós. Algo fuerte para un país de tradición católica.

Sicólogos reconocen que en este tipo de duelos en los que no pueden tener los restos de la persona fallecida, el dolor es exponencialmente mayor, por ello recomiendan encontrar mecanismos de desahogo para evitar que las emociones queden «embotelladas» y con el tiempo se conviertan en problemas emocionales, trastornos mentales, depresión o un estrés postraumático.

Es deseable que la empatía se vuelva actitud común entre las personas porque de eso depende el bienestar de la comunidad. Ser solidarios, escuchar al otro, acompañarlo en su sufrimiento o ayudarlo, es aquello que nos hace humanos y nos enriquece como tal.

En emergencia como la que vivimos, todo es necesario y urgente. El gobierno, iglesias, empresarios, gobiernos autónomos descentralizados, cámaras, gremios, academia, voluntarios y sociedad civil, hacen lo suyo… pero falta. Ponerse en la situación de los demás, es sin duda una habilidad social para permitir escucharnos sin pantallas mentales y de forma racional, intentar experimentar lo que siente el prójimo.

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