Vidas virtuales…

Muchos pensamientos nos acompañan permanentemente, unos de temor por el virus, otros de qué hacer ante la doblegada economía. Se han exacerbado las enfermedades mentales, la violencia intrafamiliar.

También los niños están sintiendo la inmovilidad. Hemos memorizando los protocolos de salida y vuelta de la calle: mascarillas, guantes, gorros, gafas, y antes de ingresar a la casa, como un ritual: en zona de desinfección a retirarse la indumentaria.

Ya no son visibles los rostros en las calles, no importa si los caballeros usan barba o bigote; tampoco si las damas están maquilladas. Ellas no pueden lucir sus tacones, nadie puede nada; pero eso sí, en el bolsillo, como un arma lista a disparar: un spray con alcohol o con agua clorada.

Los que fueron teatros, ágoras y campos de fútbol, son inmensas mazmorras del silencio.

La vida virtual lo invade todo, las compras son ‘on line’. Todo puede faltar excepto el celular, la esperanza más grande está en un like. Facebook e Instagram exhiben la vida y los bienes que recordamos. Podemos vestirnos solamente de cintura para arriba en las videoconferencias, pues la realidad es lo que enfoca la cámara. Talvez una partida de ajedrez contra el ordenador, las series de Netfilx, mensajes por WhatsApp. En twiter nos decimos de todo y entre los me gustan, las notificaciones, los nuevos seguidores, los hilos temáticos, se encienden las pasiones por un mundo mejor, las antipatías y las incondicionalidades.

No sé qué va a hacer de nosotros si nos quedamos sin internet o las apps no se descargan, si se saturan las redes y se cae la señale, seguro moriremos virtualmente.

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