Liderar sin rumbo

Quienes practican algún deporte saben que los primeros minutos son los más difíciles: el cuerpo está rígido, los músculos, tendones y articulaciones están frías, la respiración se hace entrecortada y el inconsciente ubica cualquier pretexto para desistir; en unos minutos el cuerpo se anima, se siente más ágil, la mente se aclara y se continúa con el entrenamiento programado.

Un deportista disciplinado y motivado puede enfrentar de mejor manera el inicio de un adiestramiento, en comparación con una persona que no ha desarrollado el hábito de superación y no tiene objetivos trazados. Se debe tener la fuerza suficiente para seguir cuando la mente y el cuerpo se rebelan y el valor necesario para analizar los problemas y enfrentarlos. No es el malestar lo que detiene, es el miedo a no saber encontrar el camino hacia nuevos horizontes. Para delinear y alcanzar una meta es preciso enfrentar las barreras psicológicas que detienen la mente, entender la realidad y tener el valor ineludible para alejarse de la inacción y el confort.

En la administración pública se fracasa cuando se tarda mucho tiempo en cortar el cordón umbilical que une el pasado con el presente. A nadie le gusta fracasar, pero hay que aprender a mirar la luz al final del túnel en el que nos hemos metido, no se puede seguir experimentando con proyectos frustrados y personas que no saben o no entienden que el dolor o el fracaso es fruto de la resistencia psíquica al cambio y que se aferran al pasado nefasto que tanto daño ha ocasionado al país. El pueblo ha perdido la esperanza en el cambio ofrecido, desconfía del continuismo aberrante que continúa con los mismos errores, recicla, improvisa, confunde y persiste en el fracaso.

Seguir cometiendo desaciertos, intentando terminar un período y verse obligados a retroceder es una necedad absoluta. Se fracasa cuando no se tiene el valor ni la capacidad suficientes para cambiar un estado fallido donde las torpezas superan a los aciertos. Las excusas pueden ser muchas: herencia nefasta, déficit fiscal, créditos, intereses, bonos, el petróleo, la pandemia, la corrupción, etc. El rumbo se pierde cuando no existe liderazgo.

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