Morirse es una mala costumbre

Borges fue autor de la letra para una milonga que dice: “Morirse es una mala costumbre que tiene la gente”. Borges y Macedonio Fernández decidieron suicidarse fastidiados de oír “la pobre música que se llama la Cumparsita”. Aunque Borges cuenta- que años después en París lloraría nostálgico al oírla y completaba: “No sé lo que me sucedería si oyera ‘El día en que me quieras’”. El pintor Xul Solar, al escuchar el relato les dijo seriamente: “Pero no se suicidaron”. Borges respondió: “No sé si nos suicidamos… no me acuerdo”.

Esa triste costumbre le ha tocado a Martín Berrocal, empresario español que fue dueño de la Plaza de Toros Quito. El señor sintió un inmenso cariño por Quito y fue positiva su acción empresarial. La tauromaquia es una pasión que no compartí, pero que respeto porque es parte de nuestra idiosincrasia. Que los taurinos sean minoría no importa, pues es una tradición de quinientos años.

Y no es afición solo de adinerados: en la calle Antepara, cerca de la Plaza Belmonte, había una peña taurina de gente modesta que tenía un hermoso rincón taurino, junto a la tienda del ‘Pichurca’ que fabricaba zapatos y balones de fútbol, otra pasión de los quiteños “que servía por lo menos para bañarse después del partido”, como lo decía un ocurrido.

Ortega y Gasset se refirió así a la corrida de toros: “La tres veces milenaria amistad entre el español y el toro bravo”. Diaz Plaja en “El español y los Siete Pecados Capitales” cuenta que Belmonte, luego de una gran faena en Sevilla, fue llevado por el pueblo en las andas de la Virgen de la Macarena.

Vino el mayor matador: Correa, y acabó con la fiesta, utilizando ‘diablillos’ pagados, quienes protestaron por matar al toro, mientras se servían un ‘bife’, olvidando el valor que se necesita para enfrentarse a un toro bravo. Ese sobresaliente de tonterías dejó triste a Quito, sin trabajo a empleados de la Plaza, vendedores ambulantes, taxistas, hosterías. “Joder, no hay vuelta!”, como dicen los taurinos.