Al pasado con vista gorda

Daniel Márquez Soares

Ha comenzado el ajuste de cuentas. Juicios penales, glosas y renuncias obligadas; todo se vale al momento de igualar el marcador con los incondicionales y sumisos del régimen pasado. La acusación que más se repite es la de corrupción. Resulta placentero ver hoy a tantos todopoderosos de la última década cosechando lo que sembraron; no obstante, quizás sea oportuno preguntarse si, por más que sea justo, este proceder es conveniente.

Hay que poner las cosas en perspectiva y recordar que el régimen anterior duró una década. Tuvo dinero a raudales, insignificante oposición y la capacidad de ajustar el Estado y la Constitución a su gusto y entre aplausos; lujos poco comunes. Una circunstancia así suscita una profunda transformación del tejido social de la que difícilmente algo o alguien logra escapar.

Si insistimos en crucificar a todo el que haya sido ejecutor, beneficiario, cómplice, testigo mudo o resignado confidente de actos de corrupción durante la década pasada, lo más probable es que tengamos que cerrar la administración pública y sacrificar a una generación entera; más o menos lo que hicieron los iraquíes y norteamericanos tras la caída de Saddam Hussein y que suscitó el colapso del país. A veces, como los alemanes y los europeos orientales descubrieron durante el siglo XX, es mejor ver al pasado con vista gorda.

Creemos que vivimos en un mundo de convencidos, en el que esbirros y adeptos al peculado tienen una determinación dolosa tan infatigable como la moral de los incorruptibles. Pero no es así. No podemos condenar a alguien por no querer ser mártir. La inmensa mayoría de los saqueadores de la pasada década no eran convencidos fanáticos del latrocinio, sino personas corrientes que por miedo, inseguridad y comodidad prefirieron fluir con la marea.

Su maleabilidad puede resultar despreciable, pero eso los hace seres adaptables e inseguros que servirán con idéntica devoción y eficiencia a un nuevo jefe. Así, un futuro gobernable, sereno y ordenado parece factible, algo que hoy resulta urgente y que hubiese sido impensable en un contexto de fanáticos. Afortunadamente, no hay radicales correístas; es importante que tampoco haya radicales de la venganza.

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