Las vacas gordas

Manuel Castro

En una entrevista en CNN un serio periodista de izquierda al reconocer la crisis de Cuba, Venezuela, Argentina, Brasil, países sometidos al socialismo del denominado siglo XXI, sostiene como causa fundamental no el fracaso del socialismo sino que la abundancia de recursos en esos países condujeron a que sus respectivos líderes se corrompieran y por tanto fracasaran. O sea no son las trasnochadas ideas del marxismo leninismo las que han conducido a la crisis económica, social y estrangulamiento de la democracia liberal en esos países, sino que les tocó la época de las vacas gordas.

Igualmente afirmó dicho periodista que el gran éxito de Fidel Castro fue que Cuba sea reconocida internacionalmente. Lo que lleva a la conclusión de que el figurar como noticia es lo importante, no los resultados de una gestión gubernativa. De estas falacias está lleno el mundo político mantenidas por una izquierda radical que no sale de su fracaso ideológico: si la teoría no es buena los resultados jamás van a ser exitosos, lógica elemental que lo confirma la historia. Los reyes absolutos o de origen divino, emperadores, déspotas siempre fracasaron y los pueblos siempre los cambiaron o sus sistemas totalitarios fueron sustituidos gracias a la permanente búsqueda de los hombres de la libertad e igualdad de oportunidades.

El Ecuador no fue inmune a la propagada e ideas de ese socialismo radical y tapado. Lo aprovechó bien Correa y el correísmo (hay sospechas que aún se lo aprovecha desde las alturas del poder). En efecto mientras hubo abundancia de recursos la mayoría de ecuatorianos fue víctima de la corrupción y el engaño populista socialista.

Las ideas de cualquier nivel no desaparecen en el corto plazo ni aún en el largo. Todavía hay pro nazis, estalinistas y chavistas. En parte porque los seres humanos a través de su historia, como afirma el historiador Ian Morris, “somos perezosos, avariciosos y asustadizos” y “siempre buscamos maneras más fáciles, provechosas o seguras de hacer las cosas”. Toca, pues, reconocer que solo el trabajo intenso, sacrificado e inteligente es el motor del progreso integral.

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