Sin conciencia colectiva

Vivimos tiempos difíciles, realmente desalentadores ante tanta trama de corrupción que a diario ventila una novedad más. Coca Codo Sinclair, por ejemplo, es un conjunto de males, producto de las irresponsables formas de actuar por parte del gobierno anterior y cuyos responsables no están en el país.

Los políticos se acusan unos a otros, dicen y desdicen. Se rasgan las vestiduras y sentencian maledicencias una vez que se les rompen los compadrazgos. Y el pueblo sigue buscando mejores días y el tiempo pasa. Los años se vienen y más allá de una aparente calma, de una densa neblina que no nos permite avizorar el filo del barranco, nos movemos con riesgo inminente de caer en el abismo en cualquier momento.

No es fácil gobernar, la herencia fue fatal y sin beneficio de inventario, pero también hay circunstancias en las que la inercia va por delante y de las cuales se valen los detractores del régimen, en su mayor parte los propios “revolucionarios”.

En el mundo académico se habla de la “conciencia colectiva y de la conciencia colectiva posible”. La primera hace referencia a lo que la sociedad cree sobre algo. Hoy por ejemplo hablar de socialismo o comunismo es un pecado mortal, gracias a los desempeños de algunos gobiernos latinoamericanos, que se adueñaron de la música protesta y sus cantantes, de la filosofía marxista y sus pensadores y a nombre de estas manifestaciones artísticas, crearon imperios malévolos para engordar sus cuentas personales.

La “conciencia colectiva posible” es el ideal social, lo que debería ser y no es: justicia, honestidad, el buen nombre y otras virtudes que no practicaron los revolucionarios del siglo XXI. La vida se queda hueca, los ciudadanos vamos sin rumbo, en ocasiones sin esperanza, viviendo por vivir. A nuestro alrededor los precios de los víveres cada vez altos, los trabajos más escasos y las necesidades básicas se vuelven suntuarias.

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