Una duda pertinente

Daniel Marquez Soares

La democracia tiene que vérselas con críticas de diverso origen y calibre. La mayoría de ellas no son nuevas, sino que la han acompañado durante milenios. La más perenne quizá sea la acusación de pusilánime y decadente, ese estigma de permisiva y protectora de malos elementos. Militaristas espartanos, fanáticos religiosos renacentistas, románticos decimonónicos, fascistas del siglo XX o conservadores rabiosos de hoy en día; todos comparten esa visión.

Otra crítica recurrente es la que se refiere a la democracia como el gobierno de los ineptos. Con una lógica apresurada, este juicio parte de que la gente ordinaria es ignorante; por lo tanto, si la democracia pone el poder en manos de todos los ciudadanos y respeta los derechos de estos, es inevitable que el sistema se hunda en la incompetencia.

Este prejuicio es una inevitable consecuencia del avance tecnológico y científico de la humanidad; con el progreso del conocimiento, surge una clase calificada a la que le horroriza que la toma de decisiones esté en manos de la masa ignorante. Varios pensadores influyentes, como los célebres King Hubbert o Walter Lippmann del siglo XX, o el polémico Jason Brennan en la actualidad, insisten en que el poder debe estar en manos de una élite tecnocrática caracterizada no necesariamente por su virtud, sino por su competencia científica.

Pero hay que reconocer que las democracias modernas no son ningún panteón de decadencia y que sus principales líderes tienden a ser gente competente. Por eso es bueno recordar la más reciente crítica, y quizás la más pertinente, que se refiere al inherente cortoplacismo de la democracia. Parte de que resolver los principales problemas mundiales, la administración del Estado o la ejecución de proyectos trascendentes resultan hoy desafíos demasiado complejos, que requieren un altísimo grado de cooperación y plazos muy amplios.

Una clase política que apenas tiene cuatro o cinco años para trabajar, y que pasa gran parte de ellos defendiendo su puesto o persiguiendo el siguiente, difícilmente podrá encargarse de esos asuntos; como decía el político europeo Jean-Claude Juncke sobre las reformas económicas urgentes: “Sabemos lo que tenemos qué hacer, solo que no sabemos cómo hacer para que nos reelijan después de llevarlas a cabo”.

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