Acoso laboral

Pablo Izquierdo Pinos

Atención: rehenes del camello secuestrados por el yugo del Talento Humano, dependientes del dedo en el biométrico, activos fijos de oficina, esclavos de los servi(vi)dores públicos del “jerárquico superior”, deportados al archivo, soldados del régimen disciplinario, prisioneros del descargo, perseguidos por el sumario, si su estrés no se debe al desempeño laboral en sí, sino a relaciones hostiles con el entorno de trabajo, puede estar ante el fenómeno siniestro del “mobbing”

Del verbo ‘to mob, mobbing’ se traduce como “acorralar”, “linchar” o “atacar en grupo”. Por un lado está la víctima (la presa) y por el otro los cazadores y su líder (el acosador y sus aliados). El zoólogo austriaco Konrad Lorenz acuñó la palabra durante sus observaciones sobre el comportamiento de los animales. Determinó que las especies más débiles atacaban en masa a los más fuertes. Por sus similitudes, el esquema quedó asimilado al acoso laboral.

Imponer tareas humillantes o fuera del rol o no asignarlas, evaluar injustamente, descalificar, cuestionar logros con ironías, aislar, actuar como si no existiera, hablar sobre rumores o infamias, ofender, encuestas amañadas, responsabilizar de cosas que no hizo para presionarle a renunciar: es acoso.

A diferencia de otros, en Ecuador la Ley Orgánica Reformatoria del Servicio Público y al Código de Trabajo, vigente desde noviembre de 2017, establece que “debe entenderse por acoso laboral todo comportamiento atentatorio a la dignidad de la persona, ejercido de forma reiterada y potencialmente lesivo, cometido en el lugar de trabajo”. La Constitución en el artículo 326 reconoce el derecho a desarrollar labores en un ambiente adecuado.

Tribunales y ministerios de Trabajo respetables e imparciales de Argentina, Brasil, Chile y Colombia han sentado jurisprudencia, con destitución de los acosadores, sendas indemnizaciones y recursos de repetición. En nuestro país las denuncias presentadas al Ministerio por los servidores son devueltas por “quipux” a los propios victimarios. El acosado sigue subordinado al acosador y siente la presión de una “jerarquía” cómplice que lo daña psicológicamente.

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