¿Y las izquierdas?

Los gobiernos populistas de América Latina que se definen de izquierda, e inclusive revolucionarios, progresistas y democráticos, algunos de ellos carentes de formación y firmeza ideológica, triunfaron en elecciones diseñadas por el sistema con el apoyo de sectores de izquierda que consideraban que podrían conquistar los cambios y transformaciones proclamados en los últimos cien años. Esos apoyos incondicionales atomizaron más a la izquierda ya dividida en facciones por diversos intereses, tácticas y estrategias, y por liderazgos que nunca entendieron el valor de la unidad.


La unidad exige renunciamientos que podrían ser legítimos al considerar que solo sus grupos tienen razón y que solo sus principios y propuestas son únicos e irremplazables. La historia demuestra que es indispensable la búsqueda de todos los caminos posibles e imposibles para alcanzar objetivos superiores, sin sectarismos ni ortodoxias, pero con el ejercicio de la autocrítica y el análisis dialéctico de las cambiantes realidades.


La unidad requiere de amplios debates en los que intervengan todos los sectores de la tendencia: dirigentes políticos, intelectuales, trabajadores del campo y la ciudad, organizaciones y movimientos indígenas y sociales, organizaciones de mujeres, de maestros, estudiantes, jóvenes y viejos, para rescatar derechos y libertades conculcados, profundizar la democracia y construir un liderazgo colectivo de izquierda.


Es un error deslegitimar la protesta social, la resistencia indígena, prodigar insultos, minimizar peticiones de rectificación, ejercer retaliaciones como la ocurrida con la periodista y académica Manuela Pick, o la represión con policías y Fuerzas Armadas, como error es la violencia desatada por sectores inconformes con el Gobierno.


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