La solidaridad es el abrazo para los habitantes de la calle

Problemática. Yolanda Solano duerme en el Ejido, la gente del parque le dice ‘La Yoli’. No ha visto a sus padres desde que tenía 8 años. La calle es su hogar.
Problemática. Yolanda Solano duerme en el Ejido, la gente del parque le dice ‘La Yoli’. No ha visto a sus padres desde que tenía 8 años. La calle es su hogar.
Problemática. Yolanda Solano duerme en el Ejido, la gente del parque le dice ‘La Yoli’. No ha visto a sus padres desde que tenía 8 años. La calle es su hogar.
Problemática. Yolanda Solano duerme en el Ejido, la gente del parque le dice ‘La Yoli’. No ha visto a sus padres desde que tenía 8 años. La calle es su hogar.
Problemática. Yolanda Solano duerme en el Ejido, la gente del parque le dice ‘La Yoli’. No ha visto a sus padres desde que tenía 8 años. La calle es su hogar.
Problemática. Yolanda Solano duerme en el Ejido, la gente del parque le dice ‘La Yoli’. No ha visto a sus padres desde que tenía 8 años. La calle es su hogar.
Problemática. Yolanda Solano duerme en el Ejido, la gente del parque le dice ‘La Yoli’. No ha visto a sus padres desde que tenía 8 años. La calle es su hogar.
Problemática. Yolanda Solano duerme en el Ejido, la gente del parque le dice ‘La Yoli’. No ha visto a sus padres desde que tenía 8 años. La calle es su hogar.

Cuando las luces se apagan, cuando la mayoría de gente está en su casa y se prepara a dormir, Quito se transforma.

Los parques, plazas y edificios por los que transitamos se convierten en el dormitorio de los ‘sin techo’: hombres y mujeres que por diversas razones han perdido su hogar y han hecho de la calle su morada.

“Este es otro Quito, es otra población. Por lo regular las personas les ignoran, uno está diseñado para no verles en la calle”, dice Daniela Michelena, sicóloga de la clínica de la Toca de Asís.

TOME NOTA
Donaciones a la Toca de Asís se pueden entregar de 08:00 a 17:00, en la calle El Retiro entre la iglesia del Tejar y el cementerio. Junto a sus compañeros, Daniela recorre las calles, dos miércoles al mes, entregando comida, cobijas y café caliente a las personas en situación de calle.

Se reúnen en la tarde para preparar los alimentos; a las 19:00 salen desde el Tejar y deciden a dónde ir. “Hoy vamos a empezar por Cotocollao”, dice Sandra Flores, coordinadora del proyecto.

Los miembros de la Toca hablan de los habitantes de la calle con familiaridad, los reconocen, saben su forma de hablar, su carácter, lo que les gusta y lo que no. Ellas se convierten en la familia que muchos perdieron, especialmente por sus adicciones que, según Flores, es una de las principales causas por las que la gente “lo pierde todo”.

Cuando las luces se apagan, cuando la mayoría de gente está en su casa y se prepara a dormir, Quito se transforma.

Los parques, plazas y edificios por los que transitamos se convierten en el dormitorio de los ‘sin techo’: hombres y mujeres que por diversas razones han perdido su hogar y han hecho de la calle su morada.

“Este es otro Quito, es otra población. Por lo regular las personas les ignoran, uno está diseñado para no verles en la calle”, dice Daniela Michelena, sicóloga de la clínica de la Toca de Asís.

TOME NOTA
Donaciones a la Toca de Asís se pueden entregar de 08:00 a 17:00, en la calle El Retiro entre la iglesia del Tejar y el cementerio. Junto a sus compañeros, Daniela recorre las calles, dos miércoles al mes, entregando comida, cobijas y café caliente a las personas en situación de calle.

Se reúnen en la tarde para preparar los alimentos; a las 19:00 salen desde el Tejar y deciden a dónde ir. “Hoy vamos a empezar por Cotocollao”, dice Sandra Flores, coordinadora del proyecto.

Los miembros de la Toca hablan de los habitantes de la calle con familiaridad, los reconocen, saben su forma de hablar, su carácter, lo que les gusta y lo que no. Ellas se convierten en la familia que muchos perdieron, especialmente por sus adicciones que, según Flores, es una de las principales causas por las que la gente “lo pierde todo”.

Cuando las luces se apagan, cuando la mayoría de gente está en su casa y se prepara a dormir, Quito se transforma.

Los parques, plazas y edificios por los que transitamos se convierten en el dormitorio de los ‘sin techo’: hombres y mujeres que por diversas razones han perdido su hogar y han hecho de la calle su morada.

“Este es otro Quito, es otra población. Por lo regular las personas les ignoran, uno está diseñado para no verles en la calle”, dice Daniela Michelena, sicóloga de la clínica de la Toca de Asís.

TOME NOTA
Donaciones a la Toca de Asís se pueden entregar de 08:00 a 17:00, en la calle El Retiro entre la iglesia del Tejar y el cementerio. Junto a sus compañeros, Daniela recorre las calles, dos miércoles al mes, entregando comida, cobijas y café caliente a las personas en situación de calle.

Se reúnen en la tarde para preparar los alimentos; a las 19:00 salen desde el Tejar y deciden a dónde ir. “Hoy vamos a empezar por Cotocollao”, dice Sandra Flores, coordinadora del proyecto.

Los miembros de la Toca hablan de los habitantes de la calle con familiaridad, los reconocen, saben su forma de hablar, su carácter, lo que les gusta y lo que no. Ellas se convierten en la familia que muchos perdieron, especialmente por sus adicciones que, según Flores, es una de las principales causas por las que la gente “lo pierde todo”.

Cuando las luces se apagan, cuando la mayoría de gente está en su casa y se prepara a dormir, Quito se transforma.

Los parques, plazas y edificios por los que transitamos se convierten en el dormitorio de los ‘sin techo’: hombres y mujeres que por diversas razones han perdido su hogar y han hecho de la calle su morada.

“Este es otro Quito, es otra población. Por lo regular las personas les ignoran, uno está diseñado para no verles en la calle”, dice Daniela Michelena, sicóloga de la clínica de la Toca de Asís.

TOME NOTA
Donaciones a la Toca de Asís se pueden entregar de 08:00 a 17:00, en la calle El Retiro entre la iglesia del Tejar y el cementerio. Junto a sus compañeros, Daniela recorre las calles, dos miércoles al mes, entregando comida, cobijas y café caliente a las personas en situación de calle.

Se reúnen en la tarde para preparar los alimentos; a las 19:00 salen desde el Tejar y deciden a dónde ir. “Hoy vamos a empezar por Cotocollao”, dice Sandra Flores, coordinadora del proyecto.

Los miembros de la Toca hablan de los habitantes de la calle con familiaridad, los reconocen, saben su forma de hablar, su carácter, lo que les gusta y lo que no. Ellas se convierten en la familia que muchos perdieron, especialmente por sus adicciones que, según Flores, es una de las principales causas por las que la gente “lo pierde todo”.

Momento. Los voluntarios conversan con las personas en condición de calle.
Momento. Los voluntarios conversan con las personas en condición de calle.
Momento. Los voluntarios conversan con las personas en condición de calle.
Momento. Los voluntarios conversan con las personas en condición de calle.
Momento. Los voluntarios conversan con las personas en condición de calle.
Momento. Los voluntarios conversan con las personas en condición de calle.
Momento. Los voluntarios conversan con las personas en condición de calle.
Momento. Los voluntarios conversan con las personas en condición de calle.

El recorrido

A un lado de la iglesia de Cotocollao hay varios carros antiguos. Están abandonados. Entre la oscuridad se distinguen los rostros de dos hombres. “Sírvase cafecito”, dice una de las voluntarias.

“Dios le pague”, responde Patricio Ramos, un hombre de 68 años que vive en la calle desde hace cuatro meses. Relata con tristeza que sus hermanos lo sacaron de la casa que era de su madre. “Quiero sobreponerme, yo cuido carros por el día, pero no me alcanza para un arriendo”.

A su lado, en una vieja camioneta está Víctor, no dice su apellido, pero cuenta que le dicen ‘amiguqui’ o ‘el loco’. Con su aguda voz cuenta que es ingeniero en minas y petróleos y que durante 35 años trabajó para una empresa estatal.

Para comprobar que “es un hombre estudiado”, habla un poco en inglés y otro poco en francés. Además de los idiomas, dice que los libros y las buenas tertulias son las cosas que más le gustan.

“¿Cómo terminó en la calle?” Víctor no titubea e indica que, consume alcohol desde los 14 años. Cuenta además que tiene dos hijas, ambas profesionales, a las que no ha visto desde hace tiempo. “Me da vergüenza, no saben que vivo en este espacio, se entristecerían mucho”.

Hacia el centro

Pocas personas se encuentran en sus espacios habituales. Hay mucha comida y mantas por repartir, para poder entregar todo es mejor ir al centro de la ciudad donde, comenta Michelena, hay un número más amplio de esta población.

El recorrido

A un lado de la iglesia de Cotocollao hay varios carros antiguos. Están abandonados. Entre la oscuridad se distinguen los rostros de dos hombres. “Sírvase cafecito”, dice una de las voluntarias.

“Dios le pague”, responde Patricio Ramos, un hombre de 68 años que vive en la calle desde hace cuatro meses. Relata con tristeza que sus hermanos lo sacaron de la casa que era de su madre. “Quiero sobreponerme, yo cuido carros por el día, pero no me alcanza para un arriendo”.

A su lado, en una vieja camioneta está Víctor, no dice su apellido, pero cuenta que le dicen ‘amiguqui’ o ‘el loco’. Con su aguda voz cuenta que es ingeniero en minas y petróleos y que durante 35 años trabajó para una empresa estatal.

Para comprobar que “es un hombre estudiado”, habla un poco en inglés y otro poco en francés. Además de los idiomas, dice que los libros y las buenas tertulias son las cosas que más le gustan.

“¿Cómo terminó en la calle?” Víctor no titubea e indica que, consume alcohol desde los 14 años. Cuenta además que tiene dos hijas, ambas profesionales, a las que no ha visto desde hace tiempo. “Me da vergüenza, no saben que vivo en este espacio, se entristecerían mucho”.

Hacia el centro

Pocas personas se encuentran en sus espacios habituales. Hay mucha comida y mantas por repartir, para poder entregar todo es mejor ir al centro de la ciudad donde, comenta Michelena, hay un número más amplio de esta población.

El recorrido

A un lado de la iglesia de Cotocollao hay varios carros antiguos. Están abandonados. Entre la oscuridad se distinguen los rostros de dos hombres. “Sírvase cafecito”, dice una de las voluntarias.

“Dios le pague”, responde Patricio Ramos, un hombre de 68 años que vive en la calle desde hace cuatro meses. Relata con tristeza que sus hermanos lo sacaron de la casa que era de su madre. “Quiero sobreponerme, yo cuido carros por el día, pero no me alcanza para un arriendo”.

A su lado, en una vieja camioneta está Víctor, no dice su apellido, pero cuenta que le dicen ‘amiguqui’ o ‘el loco’. Con su aguda voz cuenta que es ingeniero en minas y petróleos y que durante 35 años trabajó para una empresa estatal.

Para comprobar que “es un hombre estudiado”, habla un poco en inglés y otro poco en francés. Además de los idiomas, dice que los libros y las buenas tertulias son las cosas que más le gustan.

“¿Cómo terminó en la calle?” Víctor no titubea e indica que, consume alcohol desde los 14 años. Cuenta además que tiene dos hijas, ambas profesionales, a las que no ha visto desde hace tiempo. “Me da vergüenza, no saben que vivo en este espacio, se entristecerían mucho”.

Hacia el centro

Pocas personas se encuentran en sus espacios habituales. Hay mucha comida y mantas por repartir, para poder entregar todo es mejor ir al centro de la ciudad donde, comenta Michelena, hay un número más amplio de esta población.

El recorrido

A un lado de la iglesia de Cotocollao hay varios carros antiguos. Están abandonados. Entre la oscuridad se distinguen los rostros de dos hombres. “Sírvase cafecito”, dice una de las voluntarias.

“Dios le pague”, responde Patricio Ramos, un hombre de 68 años que vive en la calle desde hace cuatro meses. Relata con tristeza que sus hermanos lo sacaron de la casa que era de su madre. “Quiero sobreponerme, yo cuido carros por el día, pero no me alcanza para un arriendo”.

A su lado, en una vieja camioneta está Víctor, no dice su apellido, pero cuenta que le dicen ‘amiguqui’ o ‘el loco’. Con su aguda voz cuenta que es ingeniero en minas y petróleos y que durante 35 años trabajó para una empresa estatal.

Para comprobar que “es un hombre estudiado”, habla un poco en inglés y otro poco en francés. Además de los idiomas, dice que los libros y las buenas tertulias son las cosas que más le gustan.

“¿Cómo terminó en la calle?” Víctor no titubea e indica que, consume alcohol desde los 14 años. Cuenta además que tiene dos hijas, ambas profesionales, a las que no ha visto desde hace tiempo. “Me da vergüenza, no saben que vivo en este espacio, se entristecerían mucho”.

Hacia el centro

Pocas personas se encuentran en sus espacios habituales. Hay mucha comida y mantas por repartir, para poder entregar todo es mejor ir al centro de la ciudad donde, comenta Michelena, hay un número más amplio de esta población.

Acción. Muchos comen una o dos veces a la semana.
Acción. Muchos comen una o dos veces a la semana.
Acción. Muchos comen una o dos veces a la semana.
Acción. Muchos comen una o dos veces a la semana.
Acción. Muchos comen una o dos veces a la semana.
Acción. Muchos comen una o dos veces a la semana.
Acción. Muchos comen una o dos veces a la semana.
Acción. Muchos comen una o dos veces a la semana.

En el parque el Ejido un grupo de jóvenes lo confirman; la mayoría inhala cemento de contacto desde pequeños. Esa penosa coincidencia es lo que les ha juntado. Casi todos reconocen a los voluntarios, los abrazan, los reciben con calidez. Flores comenta que no solo es por la comida “es porque los escuchamos y charlamos un momento con ellos y les invitamos a ir a la Toca”.

Quienes van a la Toca de Asís, reciben ropa que la gente dona, también les cortan el pelo, la barba y los bañan. (AVV).

Chocolate para la noche

En el sur de la ciudad un grupo de vecinos del sector de Quitumbe, se organiza para preparar chocolate caliente y rocas.

“Lo entregamos en el parque las cuadras y abajo del puente de Guajaló, preferimos hacer eso que darles dinero porque sabemos que no lo usan con buenos fines”, comenta Mariana Guano, la coordinadora y gestora de la idea, que se realiza desde hace un año.

En el parque el Ejido un grupo de jóvenes lo confirman; la mayoría inhala cemento de contacto desde pequeños. Esa penosa coincidencia es lo que les ha juntado. Casi todos reconocen a los voluntarios, los abrazan, los reciben con calidez. Flores comenta que no solo es por la comida “es porque los escuchamos y charlamos un momento con ellos y les invitamos a ir a la Toca”.

Quienes van a la Toca de Asís, reciben ropa que la gente dona, también les cortan el pelo, la barba y los bañan. (AVV).

Chocolate para la noche

En el sur de la ciudad un grupo de vecinos del sector de Quitumbe, se organiza para preparar chocolate caliente y rocas.

“Lo entregamos en el parque las cuadras y abajo del puente de Guajaló, preferimos hacer eso que darles dinero porque sabemos que no lo usan con buenos fines”, comenta Mariana Guano, la coordinadora y gestora de la idea, que se realiza desde hace un año.

En el parque el Ejido un grupo de jóvenes lo confirman; la mayoría inhala cemento de contacto desde pequeños. Esa penosa coincidencia es lo que les ha juntado. Casi todos reconocen a los voluntarios, los abrazan, los reciben con calidez. Flores comenta que no solo es por la comida “es porque los escuchamos y charlamos un momento con ellos y les invitamos a ir a la Toca”.

Quienes van a la Toca de Asís, reciben ropa que la gente dona, también les cortan el pelo, la barba y los bañan. (AVV).

Chocolate para la noche

En el sur de la ciudad un grupo de vecinos del sector de Quitumbe, se organiza para preparar chocolate caliente y rocas.

“Lo entregamos en el parque las cuadras y abajo del puente de Guajaló, preferimos hacer eso que darles dinero porque sabemos que no lo usan con buenos fines”, comenta Mariana Guano, la coordinadora y gestora de la idea, que se realiza desde hace un año.

En el parque el Ejido un grupo de jóvenes lo confirman; la mayoría inhala cemento de contacto desde pequeños. Esa penosa coincidencia es lo que les ha juntado. Casi todos reconocen a los voluntarios, los abrazan, los reciben con calidez. Flores comenta que no solo es por la comida “es porque los escuchamos y charlamos un momento con ellos y les invitamos a ir a la Toca”.

Quienes van a la Toca de Asís, reciben ropa que la gente dona, también les cortan el pelo, la barba y los bañan. (AVV).

Chocolate para la noche

En el sur de la ciudad un grupo de vecinos del sector de Quitumbe, se organiza para preparar chocolate caliente y rocas.

“Lo entregamos en el parque las cuadras y abajo del puente de Guajaló, preferimos hacer eso que darles dinero porque sabemos que no lo usan con buenos fines”, comenta Mariana Guano, la coordinadora y gestora de la idea, que se realiza desde hace un año.