La casa de los abuelos centenarios de la ciudad

Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.

C Cuando María Vizcaíno nació, Europa vivía la Primera Guerra mundial, Albert Einstein publicaba su teoría general de la relatividad y en Argentina se jugaba la primera Copa América.

A sus 103 años, la mujer más longeva de la capital sigue cantando como cuando era niña y con frecuencia recuerda que el dulce de zambo y la máchica eran sus golosinas favoritas.

“Ella se mueve con dificultad, pero está completamente lúcida”, dice la sor Cecilia Vargas, directora del Hogar de Ancianos Santa Catalina Labouré, donde María vive desde hace más de una década.

El hogar ubicado en La Recoleta, en el Centro Histórico, acoge a 73 ancianos, 19 hombres y 54 mujeres. Dentro del grupo, hay cinco que tienen entre 100 y 103 años.

“Venga se los presento”, dice Vargas, mientras indica que quienes trabajan con ancianos tienen gran voluntad, pues brindan su ayuda física y espiritual a quienes han llegado, ya sea por voluntad propia o porque han sido abandonados por sus familias. “Deja mucho que decir la falta de responsabilidad de los familiares”, añade la religiosa.

El secreto es la alimentación
En la casa colonial, donde funciona el hogar, la jornada inicia a las 07:00. El sonido de una campana anuncia que es la hora del desayuno. Quienes tienen mayor dificultad para moverse se quedan en el comedor del segundo piso, el resto va a la planta baja.

EL DATO
Si desea hacer donaciones puede acercarse a La Recoleta, San Vicente de Paúl E2-142 y la Exposición. O comunicarse al 2289155. En una de las mesas está María. A ella hay que hablarle fuerte al oído, pues tiene problemas para escuchar.

“Cuénteles a los señores de Diario La Hora qué ha hecho para vivir tanto tiempo”, pregunta Vargas.

Con tono firme, María responde con una melodía: “canta, canta Huiracchuro encima del capulí. María canta, canta ya no tengo que comer, tengo que irme para abajo a buscar qué comer”.

Todos sus compañeros sonríen y ella finaliza la melodía. Luego cuenta que ella comía chapo, máchica y cebada. “Yo sé comer lo que mi Dios me dé”.

Para la auxiliar María Toapanta estar rodeada de gente que ha vivido un siglo le ha servido de aprendizaje, pues siempre escucha historias interesantes. “No sé si yo llegue a esa edad”, comenta entre risas.

C Cuando María Vizcaíno nació, Europa vivía la Primera Guerra mundial, Albert Einstein publicaba su teoría general de la relatividad y en Argentina se jugaba la primera Copa América.

A sus 103 años, la mujer más longeva de la capital sigue cantando como cuando era niña y con frecuencia recuerda que el dulce de zambo y la máchica eran sus golosinas favoritas.

“Ella se mueve con dificultad, pero está completamente lúcida”, dice la sor Cecilia Vargas, directora del Hogar de Ancianos Santa Catalina Labouré, donde María vive desde hace más de una década.

El hogar ubicado en La Recoleta, en el Centro Histórico, acoge a 73 ancianos, 19 hombres y 54 mujeres. Dentro del grupo, hay cinco que tienen entre 100 y 103 años.

“Venga se los presento”, dice Vargas, mientras indica que quienes trabajan con ancianos tienen gran voluntad, pues brindan su ayuda física y espiritual a quienes han llegado, ya sea por voluntad propia o porque han sido abandonados por sus familias. “Deja mucho que decir la falta de responsabilidad de los familiares”, añade la religiosa.

El secreto es la alimentación
En la casa colonial, donde funciona el hogar, la jornada inicia a las 07:00. El sonido de una campana anuncia que es la hora del desayuno. Quienes tienen mayor dificultad para moverse se quedan en el comedor del segundo piso, el resto va a la planta baja.

EL DATO
Si desea hacer donaciones puede acercarse a La Recoleta, San Vicente de Paúl E2-142 y la Exposición. O comunicarse al 2289155. En una de las mesas está María. A ella hay que hablarle fuerte al oído, pues tiene problemas para escuchar.

“Cuénteles a los señores de Diario La Hora qué ha hecho para vivir tanto tiempo”, pregunta Vargas.

Con tono firme, María responde con una melodía: “canta, canta Huiracchuro encima del capulí. María canta, canta ya no tengo que comer, tengo que irme para abajo a buscar qué comer”.

Todos sus compañeros sonríen y ella finaliza la melodía. Luego cuenta que ella comía chapo, máchica y cebada. “Yo sé comer lo que mi Dios me dé”.

Para la auxiliar María Toapanta estar rodeada de gente que ha vivido un siglo le ha servido de aprendizaje, pues siempre escucha historias interesantes. “No sé si yo llegue a esa edad”, comenta entre risas.

C Cuando María Vizcaíno nació, Europa vivía la Primera Guerra mundial, Albert Einstein publicaba su teoría general de la relatividad y en Argentina se jugaba la primera Copa América.

A sus 103 años, la mujer más longeva de la capital sigue cantando como cuando era niña y con frecuencia recuerda que el dulce de zambo y la máchica eran sus golosinas favoritas.

“Ella se mueve con dificultad, pero está completamente lúcida”, dice la sor Cecilia Vargas, directora del Hogar de Ancianos Santa Catalina Labouré, donde María vive desde hace más de una década.

El hogar ubicado en La Recoleta, en el Centro Histórico, acoge a 73 ancianos, 19 hombres y 54 mujeres. Dentro del grupo, hay cinco que tienen entre 100 y 103 años.

“Venga se los presento”, dice Vargas, mientras indica que quienes trabajan con ancianos tienen gran voluntad, pues brindan su ayuda física y espiritual a quienes han llegado, ya sea por voluntad propia o porque han sido abandonados por sus familias. “Deja mucho que decir la falta de responsabilidad de los familiares”, añade la religiosa.

El secreto es la alimentación
En la casa colonial, donde funciona el hogar, la jornada inicia a las 07:00. El sonido de una campana anuncia que es la hora del desayuno. Quienes tienen mayor dificultad para moverse se quedan en el comedor del segundo piso, el resto va a la planta baja.

EL DATO
Si desea hacer donaciones puede acercarse a La Recoleta, San Vicente de Paúl E2-142 y la Exposición. O comunicarse al 2289155. En una de las mesas está María. A ella hay que hablarle fuerte al oído, pues tiene problemas para escuchar.

“Cuénteles a los señores de Diario La Hora qué ha hecho para vivir tanto tiempo”, pregunta Vargas.

Con tono firme, María responde con una melodía: “canta, canta Huiracchuro encima del capulí. María canta, canta ya no tengo que comer, tengo que irme para abajo a buscar qué comer”.

Todos sus compañeros sonríen y ella finaliza la melodía. Luego cuenta que ella comía chapo, máchica y cebada. “Yo sé comer lo que mi Dios me dé”.

Para la auxiliar María Toapanta estar rodeada de gente que ha vivido un siglo le ha servido de aprendizaje, pues siempre escucha historias interesantes. “No sé si yo llegue a esa edad”, comenta entre risas.

C Cuando María Vizcaíno nació, Europa vivía la Primera Guerra mundial, Albert Einstein publicaba su teoría general de la relatividad y en Argentina se jugaba la primera Copa América.

A sus 103 años, la mujer más longeva de la capital sigue cantando como cuando era niña y con frecuencia recuerda que el dulce de zambo y la máchica eran sus golosinas favoritas.

“Ella se mueve con dificultad, pero está completamente lúcida”, dice la sor Cecilia Vargas, directora del Hogar de Ancianos Santa Catalina Labouré, donde María vive desde hace más de una década.

El hogar ubicado en La Recoleta, en el Centro Histórico, acoge a 73 ancianos, 19 hombres y 54 mujeres. Dentro del grupo, hay cinco que tienen entre 100 y 103 años.

“Venga se los presento”, dice Vargas, mientras indica que quienes trabajan con ancianos tienen gran voluntad, pues brindan su ayuda física y espiritual a quienes han llegado, ya sea por voluntad propia o porque han sido abandonados por sus familias. “Deja mucho que decir la falta de responsabilidad de los familiares”, añade la religiosa.

El secreto es la alimentación
En la casa colonial, donde funciona el hogar, la jornada inicia a las 07:00. El sonido de una campana anuncia que es la hora del desayuno. Quienes tienen mayor dificultad para moverse se quedan en el comedor del segundo piso, el resto va a la planta baja.

EL DATO
Si desea hacer donaciones puede acercarse a La Recoleta, San Vicente de Paúl E2-142 y la Exposición. O comunicarse al 2289155. En una de las mesas está María. A ella hay que hablarle fuerte al oído, pues tiene problemas para escuchar.

“Cuénteles a los señores de Diario La Hora qué ha hecho para vivir tanto tiempo”, pregunta Vargas.

Con tono firme, María responde con una melodía: “canta, canta Huiracchuro encima del capulí. María canta, canta ya no tengo que comer, tengo que irme para abajo a buscar qué comer”.

Todos sus compañeros sonríen y ella finaliza la melodía. Luego cuenta que ella comía chapo, máchica y cebada. “Yo sé comer lo que mi Dios me dé”.

Para la auxiliar María Toapanta estar rodeada de gente que ha vivido un siglo le ha servido de aprendizaje, pues siempre escucha historias interesantes. “No sé si yo llegue a esa edad”, comenta entre risas.

Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.
Longevidad. Angélica Noboa nació el 31 de diciembre de 1917 en Cayambe.

En calma y serenidad
Los ancianos viven una segunda niñez, pero en un espacio en el que predominan el silencio y la sensación de serenidad.

Sobre una silla de madera, Angélica Noboa, de 102 años, mira a través de la ventana. Sujeta con firmeza una taza de café y pide con voz pausada que le pongan su gorro de lana. “Qué rico, calientito”, dice cuando los rayos de luz ingresan a su habitación.

El Hogar Santa Catalina Labouré está dividido en seis salas. En una de ellas se encuentra Miguelito Hernández. A sus 100 años se ha convertido en un hombre callado. Su mirada no despega la vista de la pared en la que está pegada una foto en blanco y negro. En ella se lo ve con una guitarra, junto a su mamá y sus hermanos. “No soy yo, él ya se fue”, dice. Unos minutos después exclama: “Me gusta tocar la guitarra”.

Rehabilitar cuerpo y mente
La edad de Hernández la comparten Rosita Carrión, nacida en Loja, y la quiteña Mercedes Tapia. Al igual que sus compañeros ellos realizan diversas actividades con el personal técnico del hogar.

TOME NOTA
La mitad de los adultos mayores del hogar, no tienen familia o son indigentes.
La terapia física es una de las más importantes, pues evita que sufran caídas, dice Luis Felipe Veliz, fisioterapista. “Con ellos trabajamos la motricidad, a fortalecer las articulaciones y los músculos, porque a esta edad suelen perder la coordinación y el equilibrio”. El Hogar cuenta con terapistas ocupacionales, manualidades, pintura, área de sicología, nutrición y una trabajadora social que hace las gestiones para las consultas médicas.

Sor Cecilia cuenta que hay varias instituciones que ayudan a sostener el espacio, que es sin fines de lucro. “La divina providencia no nos ha faltado”.
Inclusive estudiantes de algunos colegios han aportado para arreglar parte de la infraestructura. Esto permite que los ancianos se sientan en plenitud y con ganas de seguir viviendo. Es el caso de Gonzalo Fernández quien “aún es de los menores”, dice una de las auxiliares. “Todavía tiene 99 añitos”, comenta mientras lo lleva, en silla de ruedas hacia el patio.

“¿Le puedo tomar una foto?”, preguntan a Gonzalo quien con desconfianza responde: “No porque no le conozco”. Minutos más tarde, le da a la cámara una breve sonrisa. (AVV)

En calma y serenidad
Los ancianos viven una segunda niñez, pero en un espacio en el que predominan el silencio y la sensación de serenidad.

Sobre una silla de madera, Angélica Noboa, de 102 años, mira a través de la ventana. Sujeta con firmeza una taza de café y pide con voz pausada que le pongan su gorro de lana. “Qué rico, calientito”, dice cuando los rayos de luz ingresan a su habitación.

El Hogar Santa Catalina Labouré está dividido en seis salas. En una de ellas se encuentra Miguelito Hernández. A sus 100 años se ha convertido en un hombre callado. Su mirada no despega la vista de la pared en la que está pegada una foto en blanco y negro. En ella se lo ve con una guitarra, junto a su mamá y sus hermanos. “No soy yo, él ya se fue”, dice. Unos minutos después exclama: “Me gusta tocar la guitarra”.

Rehabilitar cuerpo y mente
La edad de Hernández la comparten Rosita Carrión, nacida en Loja, y la quiteña Mercedes Tapia. Al igual que sus compañeros ellos realizan diversas actividades con el personal técnico del hogar.

TOME NOTA
La mitad de los adultos mayores del hogar, no tienen familia o son indigentes.
La terapia física es una de las más importantes, pues evita que sufran caídas, dice Luis Felipe Veliz, fisioterapista. “Con ellos trabajamos la motricidad, a fortalecer las articulaciones y los músculos, porque a esta edad suelen perder la coordinación y el equilibrio”. El Hogar cuenta con terapistas ocupacionales, manualidades, pintura, área de sicología, nutrición y una trabajadora social que hace las gestiones para las consultas médicas.

Sor Cecilia cuenta que hay varias instituciones que ayudan a sostener el espacio, que es sin fines de lucro. “La divina providencia no nos ha faltado”.
Inclusive estudiantes de algunos colegios han aportado para arreglar parte de la infraestructura. Esto permite que los ancianos se sientan en plenitud y con ganas de seguir viviendo. Es el caso de Gonzalo Fernández quien “aún es de los menores”, dice una de las auxiliares. “Todavía tiene 99 añitos”, comenta mientras lo lleva, en silla de ruedas hacia el patio.

“¿Le puedo tomar una foto?”, preguntan a Gonzalo quien con desconfianza responde: “No porque no le conozco”. Minutos más tarde, le da a la cámara una breve sonrisa. (AVV)

En calma y serenidad
Los ancianos viven una segunda niñez, pero en un espacio en el que predominan el silencio y la sensación de serenidad.

Sobre una silla de madera, Angélica Noboa, de 102 años, mira a través de la ventana. Sujeta con firmeza una taza de café y pide con voz pausada que le pongan su gorro de lana. “Qué rico, calientito”, dice cuando los rayos de luz ingresan a su habitación.

El Hogar Santa Catalina Labouré está dividido en seis salas. En una de ellas se encuentra Miguelito Hernández. A sus 100 años se ha convertido en un hombre callado. Su mirada no despega la vista de la pared en la que está pegada una foto en blanco y negro. En ella se lo ve con una guitarra, junto a su mamá y sus hermanos. “No soy yo, él ya se fue”, dice. Unos minutos después exclama: “Me gusta tocar la guitarra”.

Rehabilitar cuerpo y mente
La edad de Hernández la comparten Rosita Carrión, nacida en Loja, y la quiteña Mercedes Tapia. Al igual que sus compañeros ellos realizan diversas actividades con el personal técnico del hogar.

TOME NOTA
La mitad de los adultos mayores del hogar, no tienen familia o son indigentes.
La terapia física es una de las más importantes, pues evita que sufran caídas, dice Luis Felipe Veliz, fisioterapista. “Con ellos trabajamos la motricidad, a fortalecer las articulaciones y los músculos, porque a esta edad suelen perder la coordinación y el equilibrio”. El Hogar cuenta con terapistas ocupacionales, manualidades, pintura, área de sicología, nutrición y una trabajadora social que hace las gestiones para las consultas médicas.

Sor Cecilia cuenta que hay varias instituciones que ayudan a sostener el espacio, que es sin fines de lucro. “La divina providencia no nos ha faltado”.
Inclusive estudiantes de algunos colegios han aportado para arreglar parte de la infraestructura. Esto permite que los ancianos se sientan en plenitud y con ganas de seguir viviendo. Es el caso de Gonzalo Fernández quien “aún es de los menores”, dice una de las auxiliares. “Todavía tiene 99 añitos”, comenta mientras lo lleva, en silla de ruedas hacia el patio.

“¿Le puedo tomar una foto?”, preguntan a Gonzalo quien con desconfianza responde: “No porque no le conozco”. Minutos más tarde, le da a la cámara una breve sonrisa. (AVV)

En calma y serenidad
Los ancianos viven una segunda niñez, pero en un espacio en el que predominan el silencio y la sensación de serenidad.

Sobre una silla de madera, Angélica Noboa, de 102 años, mira a través de la ventana. Sujeta con firmeza una taza de café y pide con voz pausada que le pongan su gorro de lana. “Qué rico, calientito”, dice cuando los rayos de luz ingresan a su habitación.

El Hogar Santa Catalina Labouré está dividido en seis salas. En una de ellas se encuentra Miguelito Hernández. A sus 100 años se ha convertido en un hombre callado. Su mirada no despega la vista de la pared en la que está pegada una foto en blanco y negro. En ella se lo ve con una guitarra, junto a su mamá y sus hermanos. “No soy yo, él ya se fue”, dice. Unos minutos después exclama: “Me gusta tocar la guitarra”.

Rehabilitar cuerpo y mente
La edad de Hernández la comparten Rosita Carrión, nacida en Loja, y la quiteña Mercedes Tapia. Al igual que sus compañeros ellos realizan diversas actividades con el personal técnico del hogar.

TOME NOTA
La mitad de los adultos mayores del hogar, no tienen familia o son indigentes.
La terapia física es una de las más importantes, pues evita que sufran caídas, dice Luis Felipe Veliz, fisioterapista. “Con ellos trabajamos la motricidad, a fortalecer las articulaciones y los músculos, porque a esta edad suelen perder la coordinación y el equilibrio”. El Hogar cuenta con terapistas ocupacionales, manualidades, pintura, área de sicología, nutrición y una trabajadora social que hace las gestiones para las consultas médicas.

Sor Cecilia cuenta que hay varias instituciones que ayudan a sostener el espacio, que es sin fines de lucro. “La divina providencia no nos ha faltado”.
Inclusive estudiantes de algunos colegios han aportado para arreglar parte de la infraestructura. Esto permite que los ancianos se sientan en plenitud y con ganas de seguir viviendo. Es el caso de Gonzalo Fernández quien “aún es de los menores”, dice una de las auxiliares. “Todavía tiene 99 añitos”, comenta mientras lo lleva, en silla de ruedas hacia el patio.

“¿Le puedo tomar una foto?”, preguntan a Gonzalo quien con desconfianza responde: “No porque no le conozco”. Minutos más tarde, le da a la cámara una breve sonrisa. (AVV)