Higuera sin higos cansa la tierra

Me veo como una higuera de esas de la Sierra, bien frondosa, con muchas ramas gordas y hojas grandes y carnosas, contenta de su hermosura. Y hago el ejercicio espiritual de buscar los frutos en ella; tras esa apariencia deslumbrante, ¿qué higos encuentro? ¿grandes, pequeños, dulces, secos? ¿muchos, pocos?, o ¿es que todos los cuidados han quedado en esplendor de árbol fuerte y admirable, y no hay ningún higo ni fruta parecida?

El mensaje de Jesús hoy es que nunca nos creamos mejores que otros y, sobre todo, que cuidemos nuestra conversión, más allá de la Cuaresma de turno. Nos llama dos veces a arrepentirnos. No debemos seguir igual; no basta con ser de los elegidos, si no hay frutos, la higuera cansa la tierra y la ocupa de gana. Hay que cortarla.

Ya conocemos a Dios, hemos recibido la fe de nuestros mayores, llevamos años de catequesis y predicaciones en la mochila, celebramos sacramentos, somos miembros de la comunidad ¿qué más hay que hacer?

Agradecerlo, pero también aceptar que, incluso conocer a Dios, puede no servir de nada en la práctica, pues la fe es evidenciar con hechos que se anda por otro camino, que no soy de este mundo, que aunque sea débil y pecador, quiero practicar otra vida.

¡Cuánto duele ver personas “de Iglesia”, consagrados o no, en actos de poderío, corrupción y venganza! Una verdadera mafia que manipula lo más sagrado. Nos hacen falta testimonios positivos; no olvides aquello de que tuve hambre y me diste de comer, pues el bien de muchos depende de ello. Y la calidad de tu fe y tu persona también. Son tus frutos.

¿Y si Dios no es el amo, sino el viñador paciente y espera un año más, porque le tiene cariño a la higuera?

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