Cédula ecuatoriana

Rosalía Arteaga Serrana

Mi amiga Gladys no cabe en sí de júbilo, venezolana que ama al Ecuador, que ha venido infinidad de veces a visitarme, sola o con el marido y a quienes yo he visitado también en muchas oportunidades, tiene al fin su cédula ecuatoriana.

Las dificultades por las que atraviesa Venezuela hicieron que su estadía se alargue más de lo previsto, eso, más complicaciones en su salud, han determinado que no tenga fecha prevista de viaje y la han incitado a buscar el documento que le permita mantenerse por más tiempo en el país.

El camino son las llamadas visas Unasur, organización agónica por la miopía del Gobierno, que debería mantener el liderazgo por ser la sede de la organización que le da en el continente; pero, en fin, todavía se mantienen algunos esquemas que permiten a los venezolanos tener un documento que les posibilita una estadía legal más extendida.

El trámite es engorroso, sobre todo porque los documentos venezolanos tienen que venir apostillados y, a pesar de que en la actualidad se lo hace por internet, cuesta trabajo, demora, se cae el sistema, se desactualiza, surgen nuevos requerimientos. En el lado ecuatoriano, conseguir los antecedentes policiales también tiene lo suyo, y luego viene el Registro Civil, que sin lugar a dudas funciona ágilmente a pesar del sinnúmero de trámites que debe atender en su actual ubicación de la Plataforma del Sur.

La tenacidad de Gladys es admirable, cuando me comunicó a través del celular que ya le había llegado el documento apostillado desde su país y de que finalmente tendría su cédula ecuatoriana, no cabía en sí de orgullo y de alegría. ¡Bien por Gladys!, mi amiga. ¡Qué pena por Venezuela!, con un gobierno que obliga a su gente a salir, a buscar otros espacios.

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