Terapia intensiva

El coronavirus se expande raudo y la única salida es aislarlo. La cuarentena evita la despoblación mundial agresiva ante un agente infeccioso letal, cuyo parangón es superior a terremotos, guerras, hambre y toda esa corrupción política. Hoy encerrados y en medio de la lectura histórica de la lucha contra los microbios, con alta dosis de desinformación en redes y sin cálculo real de lo que se venía ni cómo acabará, hay un gozo espiritual de acercamiento. La peste nos visita, se adapta, enseña pero acabará algún día. Despierta hábitos, intereses, vicios detestables y virtudes del ser humano.

Aún falta unanimidad científica y escasean ideas. Faltan respuestas al congelamiento del comercio y recesión económica. Sin embargo, resulta apasionante observar el caos financiero voraz. Esa triste catástrofe de la inactividad social. Respuestas para equipar hospitales, repartir comida, identificar beneficiarios, asistir en cárceles, evaluar zonas castigadas por el desempleo y explicar la cancelación de salarios de marzo. Una coyuntura que exalta la revitalidad de la naturaleza, pero que requiere engranar instituciones: Estado, sociedad civil y mercado. Hay que enfrentar simultáneamente: desempleo, pobreza e indigencia y no caer en regionalismos y antagonismos clasistas.

¿Cuánto vale el resto de la vida? ¿Un toque de queda organiza la gente o sube y acumula la miseria? ¿Caben semanas de encierro a ancianos en sus casas?

Sin duda, el pánico es el error que refleja los límites de la condición humana y sus malas decisiones. El Dios impulsor de la vida y solidaridad o ese capital de la industria farmacéutica. Comunidad o ignorancia egoísta. La nación humilde o el administrador de designios de élites y gobernantes. ¿Si no hay equilibrio? Solo la sensatez al estricto acuerdo social para contener al indiferente virus porque aún hay siempre ese espíritu de sobrevivencia.

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@kleber_mantilla