Vida que esperamos

Se ha despertado un sentir común de esperanza en un futuro mejor, no sin la dura condición de sufrir la pandemia actual. Está cambiando la percepción que teníamos de personas con las que ahora convivimos en casa o comunicándonos a menudo virtualmente. Tenemos la impresión de que, cuando nos dejen salir fuera, el mundo será diferente. ¿Podemos visualizar en qué está cambiando? ¿Intuir de quién es la acción agente de esta receptiva transformación?

El corona-virus nos está enseñando que no podemos viralizar nuestra vida para salir del túnel en el que estamos. No podemos quedarnos con el virus de la vieja forma de vivir y menos difundirla o contagiar de ella a otras personas. Vemos aún sombras de la realidad en la caverna en la que nos encontramos, pero nuestro cree y espera nos hace confiar en la nueva vida: más familiar, más comunitaria; de mayor amor o unión personal, independiente de la lejanía o cercanía de nuestros seres queridos.

Escribimos desde la Universidad, en la que venimos postulando que Jesucristo debe estar presente en todas las cátedras de todas las universidades (F. Rielo), para esa transformación de nuestras vidas, de la vida de las instituciones, del modelo sociopolítico y económico que ha causado esta hecatombe mundial. Esto tiene exigencias puestas por el mismo Cristo. Entre otras: perseverar todos en la oración, como método insustituible de la auténtica vida humana; y, aun estando llenos de espanto, vivamos unidos, transformando lo que nos separa en bienes que podamos repartir entre todos, según la necesidad de cada uno, unidos con un mismo espíritu. No seamos incrédulos, sino fieles a este Maestro universitario.

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