El precio del miedo

AUTOR: Nicolás Merizalde

Cuando María Kodama y Jorge Luis Borges estaban en Ginebra (Suiza), supieron que el fin del escritor era inminente. El anunció su decisión de no morir en Buenos Aires, porque lo que menos quería era que su agonía se convirtiera en un espectáculo nacional y de muy mal gusto. Ella, preocupada, le dijo que una decisión así debía tomarse con absoluta libertad y detenimiento, no con miedo. Una decisión llevada por el temor no es nunca libre.

El comentario de Kodama es sobre el que debemos reflexionar. ¿Y nosotros? ¿Cuántas veces nos dejamos llevar por el miedo? ¿Cuántas veces ha sido más fuerte el miedo a la libertad? De hecho, como país, resulta que somos profundamente temerosos, recelosos y avergonzados. Seguros en lo que creemos inamovible, conformes con lo que siempre ha sido. Una sociedad lejos de la libertad.

Lo cierto es que el miedo acaba siendo, muchas veces, consecuencia de la ignorancia. Parece que no comprendemos que el pecado de la desinformación es el más desastroso para un ciudadano. Para estar en contra o a favor de algo, primero asegurémonos de que sabemos de lo que hablamos. A cuántos errores nos podemos dejar llevar por esto, cuántas oportunidades o avances pueden pasar de largo delante de nuestros ojos por lo que en el fondo es generalizado, contagiosísimo y peligrosísimo, sedentarismo mental.

Por supuesto que Borges no tenía nada de sedentarismo mental ni algo que remotamente se le pareciese, todo lo contrario. El miedo es también natural, lo más humano del mundo, jamás dejaremos de ser en algún punto vulnerables y hasta indefensos. Pero debemos tratar de que la razón gane la mayor parte del tiempo, la libertad implica asumir el riesgo, porque de lo contrario nuestra decisión será siempre entorpecida; equivocada, y no podremos ni escapar ni quejarnos de sus consecuencias.