Redes y enredos sociales

Querer impedir las redes sociales es como cuando, en su respectivo tiempo, se quiso impedir la imprenta porque iba a difundir ideas peligrosas, o prohibir la dinamita por razones humanitarias, o la minifalda porque provocaba altos índices de testosterona, o bailar la lambada por las mismas razones.

Cuando algo le gusta al ser humano, licor, sexo, poder, guerra, las prohibiciones y consejos sobran, además si vienen con nueva y oportuna tecnología, bienvenidas son, pasan de la novelería a convertirse en sistema. Tanto que las malas costumbres tienen más popularidad y difusión que las buenas. Como dice Benavente: “Raras veces el bien es fruto de buenos consejos.”

Lo grave a la fecha, pues vivimos a la velocidad de Fórmula 1, es que el derecho de todos a hablar en las redes sociales conduce a que las palabras de un sabio tengan el mismo valor y verosimilitud que las de un racista, terrorista, mentirosos o calumniador. Igual se acepta lo escrito por un bromista que por un experto, un castrista que un demócrata. Para algunos por la información que dan ponen al mismo nivel a Bolívar y Maduro, De Gaulle y Petain, por franceses, o San Francisco de Asís que Mussolini, por italianos, o Shakespeare que el poeta Clavijo.

Desde luego que sería necio e inútil establecer la censura a lo que se dice en las redes sociales. Eso está bien para los Putin, Erdogan, etc., o de una vez impedir el internet como en Cuba. Pero lo que se debe es regular la revolución digital para que no se desborden ideas negativas, que afectan a la condición humana (procacidades, racismo, fanatismo religioso, terrorismo).

Ciertas ideas si son expresadas con altura, así no convengamos con ellas, se las debe oír, pero no a pretexto de la libertad de expresión dejar de condenarlas. Tal regulación corresponde a las fuentes: Facebook, Twitter. El resto corresponde a los padres y maestros, vigilar y educar en valores, con sutileza y conocimiento, pues como dice Moliere “Oponerse directamente a las opiniones es el medio de echarlo todo a perder”.

No olvidemos que ni el poder absoluto ni la charlatanería duran para siempre.

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