Cosíos, Assange y la libertad

Nicolás Merizalde

Hace algún tiempo, quizás entre las primeras columnas que escribí, mencioné el atropello al que fueron sometidos los estudiantes del Colegio Mejía. Hoy, considero un penoso deber, escribir sobre el terrible desenlace de Édison Cosíos, cuya vida se extinguió contemplado con impotencia cómo la justicia no llega jamás allí donde impera la hipocresía y las causas de ocasión.

Me parece indignante que quienes en su momento fueron sus detractores hoy lo victimicen para sacar tajada. Y considero irrisorio, que quienes detentaron el poder, hayan podido defender la libertad de expresión ejercida en términos bastante dudosos de un extranjero y jamás considerar que sus propios ciudadanos también la merecían. Lo más triste, es que puede que su vida haya sido un sacrificio vano en esta tierra yerma.

No quiero dejar pasar de largo el caso Assange. Pienso en él en términos de un antihéroe, que un fin noble y medios poco justificables. Su transparencia acomodaticia no la puedo calificar como periodismo, porque el periodismo de investigación exige mucho más que publicar información indiscriminadamente sin someterla a una edición, contextualización y desarrollo profesional correcto. Eso por hablar de la forma, porque también el fondo me desconcierta. A pesar de la utilidad de muchas de sus revelaciones, el gurú de la transparencia decidió usarla a su capricho (vaya contradicción) llegando a interferir en la vida democrática de otras naciones o alineando sus servicios a los intereses de gobiernos corruptos y poco fiables.

Assange podrá ser muchas cosas, menos un periodista y peor de los objetivos. No se lo reprocho, tiene derecho a marcar su tendencia y servir a sus ideas. Pero sí ataco esa defensa risible de la libertad de expresión cuando resulta cómoda, mientras otros medios han vivido bajo un ojo inquisitorial.