Zoom-itis

En estos días estamos desbordados. Tenemos webinarios, encuentros por Jitsi, clases virtuales, conexiones asincrónicas. Y son para todo, para lo que hacíamos de manera presencial y lo suplimos con las pantallas.

Estamos en la revolución del Zoom, del Meet, de los encuentros no presenciales y de la virtualidad, en la cual la sociedad, los negocios, la educación, el arte y la política se desarrollan.

En tres meses, el mundo dio el salto digital que estaba pensado para los próximos 10 años. La pandemia nos aceleró tanto que nos desconcentró, nos desubicó y ahora la digitalización no es el monstruo al cual acabar, sino la herramienta a la cual domar.

Las sesiones abundan para actualizarnos, pero su abundancia es excesiva y nos ahoga. Las instituciones nos piden más presencia en pantallas, mayores actividades no presenciales y debemos responder de manera coherente y práctica.

En estos días, la formación de contenidos profesionales es numerosa y debemos separar el kikuyo del pasto, pues no todo lo que se ofrece es de utilidad.

El arte es una de esas actividades útiles dentro de la zoom-itis. Obras de teatro, conciertos, lecturas y charlas sobre arte, cultura y sociedad nos salvan en este mar de desinformación, banalidad y supuesta importancia coyuntural.

Como un una estantería, tenemos acceso a millón de sujetos, objetos, contenidos y ponentes. Nos quejábamos de los youtubers e influencers, pero ahora los académicos, que tanto los denostaban, no llegan a comunicar como aquellos jóvenes.

La zoom-itis no es para todos, así como no todos somos fotogénicos, debemos encontrar nuestra mejor postura en los espacios digitales. Diversificar las pantallas es ir más allá del Zoom y de las banalizaciones de los encuentros sincrónicos con tantos webinarios.